Los tres días que estremecieron a Venezuela tras decisión del TSJ
“Yo no sé si acá hubo un golpe de Estado, pero nosotros ya no queremos saber nada de política”, dice Falley Molina, un flaco caraqueño en pantaloneta de baño con un trago de cocuy en mano.
Son las 6:00 pm del sábado, y mientras la tarde cae en las sierras del barrio popular de San Martín y las fichas de dominó golpean las mesas colocadas sobre la calle, Molina trata de distanciarse así de la última gran crisis política venezolana.
El último de tres días particularmente intensos está a punto de terminar. Pero, ¿qué pasó -y qué cambió- en Venezuela en esas 72 horas?
Día 1: el Tribunal Supremo falla contra la Asamblea
En la noche del miércoles 29 de marzo apareció en Twitter y en algunos medios locales la noticia de que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) se preparaba para asumir las competencias de la Asamblea Nacional.
Pero la mayoría de los venezolanos se fueron a dormir sin saber que una nueva crisis política se estaba cocinando.
En la madrugada del jueves, sin embargo, se confirmó que el máximo tribunal del país -que la oposición considera afín al gobierno de Nicolás Maduro- había dictado una nueva sentencia en contra de la Asamblea Nacional, controlada por los opositores -por primera vez en 18 años de gobiernos chavistas- desde hace 15 meses.
En ese período, el TSJ había logrado convertir al parlamento en una figura fundamentalmente simbólica -política, pero no legislativa- al no permitirle ejercer plenamente su competencia central: aprobar leyes.
Pero nunca había llegado tan lejos como el jueves, cuando también le quitó la inmunidad parlamentaria a los miembros del congreso.
Al mediodía la noticia ya acaparaba los titulares de medios de todo el mundo. “Madurazo” -en referencia al “Fujimorazo” con que Alberto Fujimori cerró el congreso en Perú en 1992- era uno de ellos.
Y, en horario de almuerzo, el secretario de la Organización de Estados Americano, Luis Almagro, denunció lo ocurrido en Venezuela como “un autogolpe de Estado”.
A las 3:00 PM, Perú anunció el retiro definitivo de su embajador en Caracas, quizá la consecuencia diplomática más fuerte que ha tenido una suceso interno en Venezuela en los últimos años.
Y poco después Colombia, Uruguay, Brasil, Argentina y Chile emitieron comunicados contundentes, a los que el gobierno de Nicolás Maduro respondió denunciando una campaña “histérica” de “los gobiernos de la derecha intolerante y pro-imperialista de la Región”.
“Mediante falsedades e ignominias pretenden atentar contra el Estado de Derecho en Venezuela”, denunció el gobierno.
Y con la oposición llamado a salir a protestar a las calles, Molina recibió numerosas llamadas de sus familiares en Italia preguntándole si estaba bien, si tenía comida de reserva, si las calles estaban incendiadas.
“La gente siempre cree que acá todo se fue pa’l coño (…) y bueno, se fue”, dice, entre risas.
“Pero tú no vas a entender realmente lo que pasa en Venezuela hasta que estás acá“, sentencia el plomero, al son de la salsa que suena en la tienda que surte de cerveza y cocuy (un destilado de agave) a los jugadores de dominó.
Día 2: la fiscal general se sale de la narrativa
La situación, en cualquier caso, tomó un giro inesperado a las 10:30 de la mañana del viernes, con unas declaraciones de la fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, una funcionaria que alguna vez se refirió a Hugo Chávez como el “hombre más humanista que ha existido en el planeta”.
“En dichas sentencias se evidencian varias violaciones del orden constitucional y desconocimiento del modelo de Estado consagrado en nuestra Constitución“, dijo Ortega en un balance de la gestión del Ministerio Público trasmitido por televisión estatal.
Las reacciones fueron, por un lado, de sorpresa, pues las entidades consideradas afín al gobierno no suelen salirse de la narrativa oficial. Muchas, de hecho, suelen hablar de “guerra económica”, “imperialismo”, “revolución socialista”.
Pero también hubo escepticismo: la crítica, se dijo, era una “fachada” diligenciada por el Ejecutivo para “mostrase democrático”.
No se sabe, y quizá ni se sepa, cuál de las dos versiones es la más cercana a la realidad: en escenarios como el de estos tres días en Venezuela las teorías de conspiración son moneda corriente.
Y Molina, que se balancea en una silla, tiene la suya: “A esa señora la van a castigar; eso esa gente (el chavismo) no lo perdona”.
Aunque, por lo pronto, los acontecimientos parecen estar del lado de la fiscal Ortega Díaz
Día 3: llegan las aclaraciones de oficio
En la tarde del viernes Nicolás Maduro llevaba 40 horas sin salir en televisión. Poco usual.
Pero finalmente apareció a las 5:00 pm, en un congreso de emprendimiento digital, donde dijo que el “impasse” entre la Fiscal y el Tribunal Supremo de Justicia sería superado rápidamente. “Le entregaremos al pueblo otro triunfo del diálogo”, dijo.
A las 9:00 pm el mandatario volvió a aparecer en vivo en un Consejo de Defensa de la Nación con el presidente del TSJ y el jefe del ejército, general Vladimir Padrino.
Y pasada la media noche, adelantó correcciones a las sentencias, las que fueron confirmadas por el TSJ con un comunicado en la mañana del sábado.
En ese comunicado el TSJ informó que las dos frases sensibles de las sentencias serían corregidas: los parlamentarios no perderían su inmunidad y el TSJ no asumiría las competencias de la Asamblea.
Varios medios locales han reportado que detrás de todo esto está la urgencia de efectivo del gobierno, que al parecer busca vender a Rusia porcentajes de algunas empresas mixtas de explotación petrolera, procedimiento para el que en teoría necesita la aprobación del Parlamento.
Pero la oposición aún no parece lista para pasar la página.
Un millar de simpatizantes de la oposición se reunieron en Caracas hacia las 12:00 del sábado y algunos diputados recibieron ataques con gases lacrimógenos cuando se dirigían a la Contraloría.
La manera como la divida oposición aproveche lo que algunos analistas llamaron “un regalo” todavía está por verse. Y en el aire también flota la pregunta de si las grietas del chavismo son ahora públicas, admitidas.
Mientras los venezolanos siguen adelante con sus vidas.
“Hay mucha desmotivación. Acá, sí, hubo un golpe de Estado, nos atacan los derechos todos los días, pero no es la primera vez que pasamos una crisis como esta, ya estamos acostumbrados”, me dice Alba Pérez al final de un partido de béisbol en el barrio de Antímano.
Ya es de noche y su equipo acaba de ganar. Y ella -una caraqueña que pasó de chavista a cooperar en organizaciones sociales críticas del gobierno-es toda sonrisas mientras se prepara para emprender el camino a casa.
La crisis social, que es su día a día, ya tiene cuatro años. Es el statu quo. La normalidad es resguardarse de noche en la casa por miedo, hacer cola por horas para comprar lo básico y no hablar de política porque “no se llega a nada”, explica.
“¿Y qué vamos a hacer? ¿Vamos a dejar de vivir?”, se pregunta Pérez.
“No, vale, nosotros somos venezolanos”, dice. Y vuelve a iluminarse.