Cuando la noche se va en una cola por comida en Venezuela
Ya no se trata de esperar horas bajo la lluvia o el sol para poder comprar algún producto de primera necesidad en Venezuela. El engrosamiento de las inmensas filas ha empujado a la gente a hacer las colas a las afueras de los mercados desde el día anterior, dormitando recostados en aceras o en cualquier esquina y arropados con sábanas, con la esperanza de conseguir alguna cosa.
Nelly Páez ya lleva tres martes haciéndolo. Por su último número en la cédula le toca ese día, y desde una vez que hizo más de siete horas de cola y se quedó con las manos vacías, decidió que probaría suerte con la pernocta. “La primera vez llegué a las 3:30 de la mañana al Excelsior Gama de Maracacuay (en Caracas) y ya era la número 600”, comenta a EL TIEMPO entre suspiros. “Yo no sé si esa vez se coló mucha gente, pero abrieron el mercado y ya cuando iban por los 500, se acabaron los productos. Yo lo que quería era ponerme a llorar. Entonces, ahora llego más temprano”. (Además:Estos nueve venezolanos murieron buscando comida y medicinas)
Salen a las 2 de la madrugada con una sillita plegable, paraguas, suéter “y rezando a Dios para que no llueva”. Las últimas dos veces han tenido éxito, aunque la espera es interminable: entre siete y ocho horas.
“Este martes llegamos a las 2:30 y entramos a las 10 de la mañana al mercado. En este no daban número sino que la Guardia Nacional dejaba pasar cada 25 personas. Compré un Ace grande (detergente), dos harinas de trigo y dos salsas de tomate. No me sirve de mucho, pero algo es algo. Ahora esperaré al otro martes”, relata.
En esos productos no gastó más de 2.000 bolívares (dos dólares del mercado negro o casi cuatro dólares a la tasa oficial, más alta), mientras los ‘bachaqueros’ (revendedores) venden un kilo de harina de trigo (que apenas se consigue en 350 bolívares) en 1.500 bolívares, un kilo de azúcar en 4.500 (está regulado en 19 bolívares) o un kilo de arroz en 3.000 bolívares (está regulado a 104 bolívares), lo que explica por qué tantísima gente sacrifica el sueño y su seguridad para comprar productos de primera necesidad.
Por VALENTINA LARES MARTIZ | El Tiempo