Infernales horas de una devastación sin preaviso: El drama de un venezolano en el epicentro de la tragedia española
Ricardo Landaeta, a quien llaman “Ártico”, tenía apenas tres meses en España. Con la idea de comenzar una nueva vida, dejó Venezuela y se instaló en Massanassa, un tranquilo pueblo valenciano.
Pero el pasado 29 de octubre, su cotidianidad se transformó en una pesadilla con la llegada de la DANA, una tormenta que desbordó ríos y dejó bajo el agua a gran parte de la comunidad española. Esa noche, Ártico entendió lo implacable de la naturaleza y la fragilidad de los planes en un país nuevo.
“La tragedia fue a eso de las siete, siete y media”, recordó Ártico. En ese momento, la amenaza aún parecía lejana, y las alarmas parecían solo palabras. Pero pronto, las imágenes que su novia le mandaba de su casa empezaron a contar otra historia: “Ya mi casa estaba inundándose”. Las calles, antes conocidas y tranquilas, se convertían en ríos caudalosos mientras la gente luchaba por encontrar refugio.
El criollo trabaja en una barbería cercana, donde comparte espacio con otros barberos que, como él, buscan reconstruir una vida lejos de Venezuela. Esa noche, en medio del caos, él y sus compañeros enfrentaron una decisión difícil: “El dueño me avisa que cierre y cuando vemos que el agua ya está fuera de la barbería, cerramos corriendo”.
El agua se elevaba rápidamente, y la fuerza de la corriente era evidente. En un acto de desesperación, Ricardo subió su equipo de trabajo –sus máquinas de tatuar y su laptop– a lo más alto posible, en un intento por salvarlas de la furia del caudal.
“En algún momento consideré quedarme dentro de la barbería porque pensamos que no iba a llegar el agua tan alto. Obviamente, puse mis máquinas de tatuar como a dos metros de altura y se perdieron. Ahí estaba mi laptop también a esa altura. En mi peinadora de afeitar, de cortar cabello, dejé todas mis máquinas y las encontré al día siguiente llenas de lodo”.
La noche avanzaba, y junto a un compañero, Ártico decidió buscar refugio en casa de su prima, al norte de Massanassa. Apenas habían llegado cuando la tormenta cobró otra intensidad: “Llegó como mucho caudal y ahí están las vías del tren muy cerca, o sea, se ve desde la casa en un piso tres”. Desde ese refugio improvisado, fueron testigos de escenas de desesperación: “Gente que casi se ahoga, como el agua movió los carros, la brisa en la azotea era como un tornado, súper fuerte”.
El caos era tal que el venezolano, de casi 1,90 metros de altura, sentía cómo la furia del viento amenazaba con derribarlo. “Sentía que me llevaba. Soy pesado, pero nada, era demasiado fuerte la brisa”, dijo, al recordar lo que parecía un escenario apocalíptico. Apenas pudieron dormir, y con las primeras luces del día, decidieron volver a casa, caminando a través de una ciudad sumida en el lodo y la devastación.
El retorno fue una odisea. “Caminé hasta mi casa, desesperado y con mucho peso”, expresó, al describir cómo cruzaba calles anegadas y trepaba sobre carros volcados. “Había uno encima de otro, había dos pisos de carros”. En el trayecto, recogió algunas botellas de agua, entendiendo que la escasez sería otro reto. “Yo sabía la magnitud del problema”.
Cuando finalmente llegó a su casa, se encontró con un panorama desolador. “Nosotros acá no cocinamos a gas, sino con cocina eléctrica, entonces no había luz, wi-fi, señal, ni agua”, relató. En ese ambiente de aislamiento, el miércoles transcurrió sin señales de auxilio. “Aquí no hubo ningún tipo de movimiento de nada, o sea, de nada, se ha criticado mucho eso”, acotó, al expresar la frustración y el abandono que sentía junto a su comunidad.
No fue sino hasta el jueves que algunos servicios de emergencia comenzaron a llegar a Massanassa, pero para entonces el daño estaba hecho. “El ejército llegó el viernes”, explicó Ártico, al destacar la lentitud de la respuesta. Sin embargo, el verdadero esfuerzo lo puso la misma comunidad: “Lo que más han hecho son las personas, los voluntarios”.
La alerta de la tormenta, según Ricardo, llegó demasiado tarde para prevenir la catástrofe. “Había una alerta roja en las noticias”, señaló, y aunque su familia en Venezuela le advirtió del peligro, el aviso oficial no fue suficiente para prevenir a la comunidad. “La alarma esa que suenan todos los teléfonos al mismo tiempo sonó ya cuando el agua ya había llegado”.
La falta de conciencia sobre el peligro hizo que muchos intentaran salvar sus autos o se quedaran en zonas inseguras, sin comprender la magnitud de la emergencia. Ártico, por su parte, intentó avisar a quienes pudieron. “Salgo de la barbería y la gente estaba grabando, medio moviéndose, buscando salvar los carros”. Pero el tiempo ya no estaba a su favor, y la tragedia avanzaba implacable.
“El tema es que la gente no quería salirse de los carros (…) advertí en la panadería que cerraran, que a nosotros nos dijeron lo mismo y no les prestamos atención, y me tomaron con un poco de incredulidad”, relató.
“Cada día es una lucha”, detalló el criollo, al hablar de las necesidades que surgen en medio del desastre. Al principio, el agua potable era la prioridad, luego la comida. Hoy, a una semana de la tormenta, el transporte y la higiene son los retos más urgentes. “Salir es un tema, porque te llenas de tierra prácticamente, de pantano. Y huele feo, el pantano ya huele feo. Es un olor fuerte”.
En un ambiente donde las infecciones comienzan a ser una amenaza, Ricardo y sus vecinos intentan protegerse con mascarillas y guantes. “Yo particularmente estoy evitando salir lo más posible”, confesó, consciente de los riesgos que el lodo contaminado representa.
Las pérdidas materiales son inmensas, y aunque Ártico tiene esperanza de encontrar pronto trabajo en el centro de la ciudad, sabe que será un proceso largo. “Dudo mucho que la normalidad llegue rápido. Todo es un proceso de meses”, opinó con resignación. A pesar de la crisis, confía en que, al menos en España, la recuperación será más rápida que en su país natal: “Esto no es Latinoamérica (…) Esto va a tardar menos. La gente tiene dinero y quiere volver a la normalidad”.
La tragedia dejó una marca imborrable en Massanassa y en las vidas de quienes, como este venezolano, enfrentaron esa noche la fuerza destructiva de la naturaleza. De acuerdo a las autoridades, en el poblado de la comunidad valenciana se han contabilizado al menos 17 muertos, de los más de 200 que dejó la DANA en su paso por España. Aun en medio de la incertidumbre, su objetivo es claro: “Mi meta es seguir y volver a trabajar, tanto tatuando como cortando”