La masacre de Sandy Hook: 20 niños de primer grado muertos y el periodista que negó todo en base a teorías conspirativas
En 2012, un tirador de 20 años asesinó a 26 personas en la escuela primaria en Connecticut. Alex Jones, un personaje de las redes y representante de la “alt right”, negó la matanza. Los juicios que se hicieron en su contra. Y la indemnización de más de mil millones de dólares que debe pagar por hostigar a los padres y por difundir noticias falsas
Una mañana como cualquier otra se convirtió para 26 familias en la peor mañana, en una atroz e insoportable. Ocurrió lo que nadie podía siquiera imaginar que les podía pasar
Faltaba poco para Navidad. Era el 12 de diciembre de 2012. En la escuela primaria de Sandy Hook de Newton, Connecticut, los chicos participaban de un día normal de clases. Estaban abrigados y se reían. Apenas habían pasado las 9.30 hs. Recién habían entrado y se acomodaban en sus aulas. Hasta que hubo un estruendo. Alguien había roto uno de los vidrios de entrada y había ingresado a la escuela. La directora y una de las psicopedagogas fueron al pasillo principal para intentar descubrir qué sucedía. Frente a ellas se encontraron a un joven vestido de casi en su totalidad de negro, gorro de lana, guantes, pantalones militares y apuntando con un arma larga. Las dos mujeres gritaron para alertar a las otras docentes y a sus alumnos. Avisaron que había un tirador y que se pusieran a resguardo. El hombre comenzó a disparar. Tenía un rifle a repetición (después se supo que llevaba diez cartuchos con treinta balas en cada uno). Mató de inmediato a las dos. Luego ingresó en un salón. Al no ver a nadie se retiró contrariado. Mientras tanto en las aulas cercanas, al escuchar las detonaciones y los gritos, las maestras trataron de esconder lo más rápido posible a sus alumnos. En las de los grados menores, había un baño en el fondo del salón. Allí metieron a los chicos e intentaron tabicar las puertas. El asesino se abrió paso en un primer grado. Disparó contra la maestra y una auxiliar. Luego forzó la puerta del baño y disparó contra los chicos que se amontonaban en él. Mató a casi todos. 14 muertos de 6 años. Sólo se salvó una nena que quedó debajo de los otros. El asesino siguió a otra clase. Disparó decenas de veces contra los que se escondían en el baño, en un armario o debajo de los pupitres. Una maestra integradora fue hallada muerta mientras cubría con su cuerpo a uno de sus pequeños alumnos. El arma se trabó. El joven se frustró, pegó algún grito, intentó cambiar una vez más el cargador y siguió recorriendo salones. De pronto ingresó en uno vacío y 5 o 6 minutos después de iniciar la masacre, sacó una Glock de su cintura y se voló la cabeza de un disparo.
En total hubo 26 muertos. 20 de ellos niños y niñas de primer grado. Fue el tiroteo con más víctimas en una escuela primaria en la historia de Estados Unidos. Además una decena de chicos y un par de docentes debieron ser traslados al hospital.
La policía no demoró en averiguar que el asesino tenía 20 años y se llamaba Adam Lanza. Las armas eran de su madre, a la que antes de partir hacia la escuela, había asesinado con cuatro disparos mientras dormía en su cama.
La noticia se difundió con velocidad, con esa celeridad lacerante con que corren las tragedias. La consternación en Newton, un poblado de 28.000 habitantes, fue inmediata y profunda. Lo mismo ocurrió en el resto de Estados Unidos. Nadie podía comprender tanta barbarie pese a que los tiroteos en educaciones educativas se estaban convirtiendo en una costumbre.
Hubo una excepción: Alex Jones. El hombre, un vocero enfático y desbocado de lo que se conoce como la alt right, empezó a gritar en su radio (y programa de streaming con millones de seguidores) que todo se trataba de un fraude. En ese momento los cadáveres de los chicos todavía estaban amontonados en la escuela y ni siquiera los padres conocían las identidades de los que había muerto. A Jones no le importó. Para él, que la noticia se difundiera con tanto énfasis, que las reacciones de los grandes medios fueran tan condenatorias y que interrumpieran sus programaciones para seguir el caso, sólo demostraba que todo se trataba de un engaño informativo. Jones, escupiendo a cámara, marcando las venas de su frente, poniéndose colorado y deformando las palabras porque las cuerdas vocales no parecían aguantar tanta tensión, gritaba que él lo había anunciado tan solo dos días atrás: el gobierno iba a inventar un tiroteo masivo para poder prohibir la libre portación de armas. Y Sandy Hook era la prueba de que su profecía se estaba cumpliendo.
Para Jones nada de lo que mostraban los canales era cierto. Todo un montaje con un fin ulterior: cercenar libertades, quitar el derecho de los ciudadanos norteamericanos a andar armados.
La desesperación de las familias en la puerta de la escuela, los informes policiales, los llantos desgarradores cuando se conoció la noticia, nada de todo eso hizo que Jones se retractara o abandonara su teoría conspirativa. Al contrario: buscaba pequeños detalles para demostrar que todo era un enorme engaño, un montaje estatal para engañar a la población. Un padre con el corazón roto intenta hablar de su hija recién asesinada ante la prensa y sonríe nervioso, como en un rictus, casi un reflejo por la tensión ante el temor de enfrentar a la prensa y narcotizado por el peor dolor. Jones toma ese fragmento de dos segundos, lo repite mientras infinidad de veces y se ríe del padre llamándolo farsante. También puede echar mano a una entrevista de Anderson Cooper a una de las madres. Una falla en la imagen le hace afirmar que el sitio de la entrevista no es el de los funerales masivos sino que es en un croma, que alguien fingió en un estudio la parafernalia fúnebre. No importa que le demuestren que eso no ocurrió en la transmisión original sino que se trata de la mala calidad del archivo subido a Internet. Cualquier pequeño detalle que le sirva para abonar su teoría (conspirativa) él lo explotará al máximo.
Alex Jones comenzó a hacerse famoso en un canal comunal de Austin durante la última década del siglo pasado. Era uno de los participantes recurrentes de un programa de cámara abierta –formato habitual en esos años- en los que ciudadanos tenían unos pocos minutos para hacer o decir lo que quisieran. El dictum de Warhol: los 15 minutos de fama para cualquiera. Eran muchos los que querían unos minutos de aire. Había magos, artistas de baja monta, lunáticos, charlatanes, aburridos. Y estaba también Alex Jones que logró destacarse con parrafadas enérgicas contra la clase política, en especial contra Clinton. En sus intervenciones cada vez tomaba mayor soltura y sus enojos se incrementaban. De a poco desplegaba sus teorías conspirativas sobre cualquier tema. Luego se ganó un lugar en una radio de la ciudad. Con el tiempo se hizo más conocido y tuvo su propio show, un canal de streaming y el sitio Infowars. Cada año sumaba más seguidores. Para el 2010 eran millones los que lo escuchaban.
El primer gran momento de relevancia que obtuvo fue tras los ataques del 11 de septiembre. Sostuvo alternativamente que se había tratado de un auto ataque y también que Estados Unidos sabía de la incursión terrorista y que no hizo nada por detenerla para poder desplegar su maquinaria de guerra.
Mientras tanto en sus programas siempre tuvieron lugar los supremacistas blancos y los antisemitas. Y todas las teorías conspiranoicas posibles. Desde la de la llegada a California de la radiación de Fukushima (aprovechó para vender gotas mágicas que protegían) a los panfletos antivacunas durante el Covid. También fue parte fundamental en la instalación de la idea de que Trump cayó derrotado por Biden gracias al fraude electoral y fogoneó el ataque al Capitolio. No hubo una que haya dejado pasar, no hubo una teoría conspirativa que no haya difundido con énfasis. Mientras tanto forjó un imperio a fuerza de seguidores que sólo buscan certezas, confirmación de su sesgo, soluciones mágicas, y de venta de publicidad y de suplementos vitamínicos, productos no autorizados por las autoridades de salud y menjunjes con supuestos efectos curativos. Se calcula que en los años de auge llegó a recaudar más de 30 millones por esas ventas.
Durante la campaña que llevó a Trump a la Casa Blanca fue su firme impulsor y hasta conversó con él. El ex presidente lo halagó en público.
Ante cada cuestionamiento, Alex Jones salía a hablar de ataques contra la libertad de expresión mientras desparramaba noticias falsas y teorías conspirativas.
Por Infobae