Cuál es la relación entre las siestas y la obesidad, según la ciencia
Un reciente estudio realizado en España halló que un momento de sueño durante el día es saludable, pero la duración de este descanso puede influir sobre el metabolismo e impactar de manera negativa. Cuánto debe durar la siesta ideal
Según publicó recientemente la revista Obesity, la duración de la siesta tiene directa relación con la obesidad y el síndrome metabólico. El momento de dormir y comer durante la noche, la ingesta de energía en el almuerzo, el tabaquismo y la duración y el lugar de la siesta resultan factores claves en esta relación, publicaron los autores del trabajo.
Es que, según escribió en su libro Por qué dormimos el neurocientífico Matthew Walker, el ser humano está biológica y genéticamente programado para tener un sueño bifásico, esto es, un período largo por la noche y uno corto durante el día.
“Todos los humanos, independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta —explicó—. Y la siesta es la respuesta natural a ese fenómeno”.
En su opinión, “las sociedades que han incorporado la siesta a sus hábitos se han descrito como los lugares donde las personas se olvidan de morir”. “La práctica del sueño bifásico natural y una dieta saludable parecen ser las claves para una larga vida”, aseguró.
Entonces, ¿cómo es que la siesta puede afectar la salud?
El trabajo de la revista Obesity concluyó que el riesgo de obesidad aumenta un 23% cuando la siesta es larga, mientras que las personas que hacen un episodio corto de siesta tienen menos riesgo de presión arterial alta.
Según los expertos, una siesta corta, de menos de 30 minutos, al mediodía o primera hora de la tarde, puede ser reconfortante y ayuda a mejorar la atención.
En el mismo sentido se había pronunciado tiempo atrás la experta en sueño y profesora en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, Rebecca Robbins, quien aseguró que “la siesta puede ser una gran herramienta para mejorar el estado de alerta y productividad por la tarde”. La especialista también señaló que la evidencia científica demuestra que la siesta puede incluso aumentar la memoria a corto y mediano plazo.
La Fundación Nacional del Sueño de los Estados Unidos, señaló que una siesta de entre 10 a 30 minutos de duración, y alejada del momento de irse a la cama por la noche, es ideal para mantener el estado de alerta y vigilancia, mejorar el rendimiento, o simplemente para tomarse un momento para uno mismo. Sin embargo, coincidieron que sobrepasar la media hora de descanso puede no ser conveniente.
El presente trabajo se realizó con 3.300 españoles e investigó la influencia de la siesta en la salud metabólica y encontró una asociación entre la duración de estos episodios de reposo y algunos indicadores metabólicos.
Según vieron, aquellas personas que dormían siestas largas tenían un índice de masa corporal (IMC) un 2% más alto que los que no dormían y el riesgo de obesidad aumentaba un 23%. En tanto, quienes se recostaban menos de media hora a descansar por la tarde tenían un riesgo un 21% más bajo de tener alta su presión arterial.
Marta Garaulet es autora del estudio y catedrática de Fisiología en la Universidad de Murcia, y destacó: “Solamente se asocia con obesidad si la siesta era larga: aumenta el riesgo de obesidad un 23% y de síndrome metabólico, un 40%”.
Dónde se duerme la siesta también importa
El estudio, además, identificó otros factores que pueden actuar como mediadores en la asociación entre siestas y alteraciones metabólicas. Y uno de ellos es el lugar donde se realiza este descanso diurno.
Garaulet y su equipo encontraron que los que dormían siestas más largas también fumaban más y retrasaban las comidas, el ejercicio físico y el sueño nocturno. También vieron que los que hacían siestas largas solían hacerlo en la cama en lugar del sofá o sillón.
“Si se duerme en la cama, hay una asociación con más hipertensión que si la persona se queda en el sofá. Parece que tiene que ver con los cambios posturales, pero no lo tenemos claro”, argumentó la experta.
En la publicación, los autores del trabajo ampliaron: “También podrían influir otros factores no explorados directamente relacionados con la siesta, como las causas o motivos para dormir la siesta; cómo se siente el individuo después de la siesta; si el individuo siente hambre después de la siesta; si la siesta es estacional (sólo se toma en verano) o se toma durante todo el año; o donde la siesta se hace, por ejemplo, en la cama (tumbado) o en un sofá/sillón (sentado con la cabeza erguida), porque se demostró que los cambios bruscos de postura del cuerpo con la siesta se relacionan con el riesgo cardiovascular”.
Finalmente, los investigadores señalaron que “tampoco es igual una siesta en una persona con antecedentes previos de obesidad que la de un individuo sano, o en un adulto joven que en una persona más mayor”.
Al parecer, cada etapa de la vida tiene su propio ciclo de sueño. Así, los adolescentes, por ejemplo, necesitan dormir más horas y las personas de edad avanzada, en cambio, tienen un patrón de sueño nocturno más fragmentado. Otra revisión científica sostiene que, en los adultos jóvenes, una siesta de unos 20 minutos tiene efectos inmediatos positivos sobre el estado de alerta y no afecta al sueño nocturno; en la gente mayor, siestas de una media hora tampoco tienen consecuencias para dormir por la noche, pero las siestas largas, sí. Por eso se recomienda en la vejez que, si se hacen siestas, sean cortas y “reforzar los ritmos circadianos”, recomendó Francesca Cañellas, miembro del grupo de trabajo sobre el insomnio de la Sociedad Española del Sueño, y amplió: “Esto es, respetar los tiempos del reloj biológico y exponerse a la luz del sol durante el día para que el cuerpo sepa que tiene que estar activo”.