Revelan los millones que gana el Pran de Tocorón llamado “El niño Guerrero”
Extorsión, prostitución, asesinatos, robos, narcotráfico, lavado de oro, contrabando: la banda Tren de Aragua se convirtió en pocos años en una multinacional del crimen surgida en Venezuela, que Ronna Rísquez ha documentado en un libro que le ha valido amenazas de muerte.
Nacida en la cárcel de Tocorón, en el estado Aragua, la banda está compuesta por unos 5.000 hombres, según esta periodista, que se tomó tres años para esta investigación en la que tuvo acceso al propio centro de reclusión.
«Adentro los hombres que vi con armas de fuego eran presos que pertenecen a la organización», dijo a Rísquez en una entrevista con la AFP. «La Guardia Nacional está afuera, en la entrada», aclaró.
Tocorón añadió que parece «un hotel» destinado a «los líderes de la banda». Detalló que tiene piscina, un zoológico, sala de apuestas, banco, un campo de béisbol y hasta una discoteca bautizada «Tokio», donde se presentan artistas famosos y celebridades.
Para mantener toda esta infraestructura, extorsionan a la población reclusa: cada preso paga la «causa», una cuota de unos 15 dólares a la semana, es decir, «3,5 millones de dólares al año», según Rísquez.
Quienes no pagan son sometidos a actos de violencia, obligados a dormir a la intemperie o limitados a comer poco o nada. Los recursos los maneja el «pran» Héctor Guerrero Flores, conocido como Niño Guerrero, según la autora.
Condenado a 17 años de prisión por homicidios y tráfico de drogas, entre otros delitos, Guerrero está oficialmente encarcelado pero parece poder entrar y salir de la cárcel a su antojo, a veces disfrutando de las playas venezolanas en un yate, develó la investigación.
La prisión le sirve de base, donde está bien protegido por un ejército de reclusos en su nómina.
Más allá de las fronteras
El Tren de Aragua surgió en 2014, operando en actividades mafiosas clásicas: secuestros, robos, drogas, prostitución y extorsión, pero más tarde se expandieron a la explotación ilegal del oro en un país que cuenta con algunos de los mayores yacimientos auríferos del mundo, añade Rísquez.
Sus tentáculos, que también se extienden a negocios legales, alcanzan a la remota población de Las Claritas, en el minero estado Bolívar, llegando a controlar aspectos de la vida cotidiana, desde comercios hasta servicios de salud.
Esta organización criminal también ha «aprovechado» la crisis sin precedentes que vive Venezuela desde 2013 para traspasar fronteras e instalarse en al menos «otros ocho países latinoamericanos», remarca la autora.
«Entre estos 7 millones de venezolanos que se fueron del país, hay integrantes de grupos criminales que ya no tenían a quién secuestrar, robar… La pandilla identificó una oportunidad de negocio criminal en esta inmigración», explica.
El Tren de Aragua se sumó también a las mafias de traficantes de personas conocidos en América Latina como «coyotes», además de manejar redes de prostitución con venezolanas en Perú, Ecuador y Chile, captando nuevos miembros en situaciones precarias, en las rutas migratorias.
«En Chile encontraron que no había otro grupo armado capaz de competir con ellos. Ahora están vigentes de norte a sur, según las propias autoridades chilenas», apunta Rísquez.
En Brasil, la banda ha hecho una notable «alianza con el principal grupo armado, el Primer Comando de la Capital», grupo originario de Sao Paulo, también creado en una prisión, en torno a la venta de armas y la prostitución.
«Es imposible leer el libro sin preguntarse, mientras pasan las páginas, cómo es posible el desenvolvimiento de semejante organización criminal sin anuencia del Estado venezolano«, escribe en la portada el editor Sergio Dabhar, obligado a imprimir el libro a escondidas para no exponer a quienes lo hacen.
Dabhar está en negociaciones para la traducción de la obra a otros idiomas.
«El libro presenta diferentes riesgos para la autora», subraya el exfiscal general de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo.
De hecho, Ronna Rísquez ha recibido amenazas de muerte luego de la publicación.
Moreno Ocampo, advierte además, que «un riesgo diferente es que su esfuerzo sea ignorado», pues cree que «el libro debe usarse para enfrentar el problema». «Nuestro desafío es convertir este libro en una palanca de cambio», subrayó.