Así era Delia Fiallo, la fabricante de lágrimas que hizo llorar a millones
Café negro. Cigarrillos. La puerta cerrada. Jornada a jornada, Delia Fiallo esperaba a que su familia numerosa se fuera a acostar para atrincherarse en su estudio «y exprimir mi cabecita hasta el amanecer». En las calurosas noches de Miami, su máquina de escribir Underwood repiqueteaba. «Cada día 35 cuartillas», recuerda Fiallo. «Yo no podía bloquearme ni detenerme. No me podía enfermar. Escribí hasta con sarampión. Con la máquina al borde de la cama».
Millones de personas la necesitaban para poder llorar. Necesitaban que Delia Fiallo trasnochase, que bebiese otro trago de café, que se encendiese otro cigarrillo, que escribiese otra línea y otra y otra y otra. Necesitaban que postergase los dramas de su casa mientras no tuviese terminados los que preparaba para las casas de los demás, para sus televisores. «A veces llegaba una de mis niñas del colegio entre llantos por alguno de sus primeros enamoraditos y yo le decía: ‘Mi amor, no llores ahora; llora cuando termine el capítulo y luego lloramos juntas».
Así hasta 1985, cuando decidió que la escritura de guiones originales de telenovela le había robado demasiado tiempo de su vida. Ese año redactó su último libreto original, “Cristal”, la telenovela más vista en la historia de España con picos de audiencia de 18 millones de personas.
En los noventa, Kassandra, una adaptación hecha por Fiallo de su propia novela original Peregrina, entró en el Libro Guinness al ser televisada en 128 países y ser traducida a una veintena de idiomas.
Hasta las guerras se detenían. «La depresión económica, el hambre, las próximas elecciones, todo se olvida a las nueve de la noche cuando se emite Kassandra en un Belgrado de calles desiertas con sus viviendas a media luz, por las que se expande el suave castellano de Venezuela», escribió un diario serbio durante la Guerra de los Balcanes. Las tramas de Fiallo recorrían el mundo. «Un día me dijeron que una novela mía se veía hasta en las teles de las familias de Rajastán», cuenta en su casa de Miami, y suenan al tiempo sus carcajadas y el tintineo de sus pulseras doradas. A su lado, amodorrado, ronca con un leve soplido de felicidad su perro Chico.
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«El secreto del éxito del género fue que las emociones son universales», dice. «Las mismas desde el primer hombre de las cavernas al último hombre del futuro».
Fiallo define la telenovela como «el misterioso arte de conmover hasta las lágrimas» y afirma que ella nació con ese don: «No hay reglas. Yo he tratado de enseñarle a mucha gente, pero es algo muy personal. Es un material que depende tanto de las emociones que no se puede fundamentar en una técnica», opina la autora de una veintena de culebrones. Uno de ellos, Hasta que la muerte nos separe (Cuba, 1957), fue el primero que se televisó en horario estelar en un país latinoamericano.
El oficio de guionista de telenovela, que sería su pasión y la llevaría a embolsarse millones de dólares por la venta de los derechos de sus obras, no le agradó en un principio, cuando en la Cuba del auge de la radionovela el jefe de la empresa de publicidad en la que trabajaba le propuso escribir una. «Yo era una niña muy intelectual y eso me parecía poco».
Después de la Revolución se fue de Cuba, dejando atrás varios guiones que nunca recuperó. Desde Miami empezó a escribir para productoras de Venezuela. Para educar su oído en los giros venezolanos, cuando estaba en Caracas salía a la calle con una libreta y un bolígrafo para apuntar lo que escuchaba.
Venezuela fue la plataforma de su carrera. De allí solo guarda aversión por los «intelectuales de izquierda», comenta. «Se morían de envidia por el éxito de la telenovela y durante un tiempo obligaron a que se hiciesen con guiones de clásicos de la literatura. ¡Un absurdo!».
Esmeralda, Rafaela, Querida mamá, Leonela son algunas de las obras con las que los libretos de Fiallo acumularon cientos de millones de televidentes a lo largo de cuatro décadas de carrera.
Con información de Noticia al Día