Jennifer Valero, la hija de “El Inca”, que eligió boxear como su padre (+Fotos)
Jennifer Valero es una morena de sonrisa grande. Tan grande como la de su padre, Edwin “El Inca” Valero. Sus allegados le dicen que se parece más físicamente a su madre, que llevó su mismo nombre. Pero que a nadie engañe, detrás de un rostro de niña y unos ojos profundos lleva una mano pesada, herencia de la leyenda del boxeo venezolano que fue su papá.
“Lo que se hereda no se hurta”, asegura el dicho aquel. Jennifer pega duro en el ring y baila sobre él cuando debe hacerlo. Nuevamente combina características de la fiera que fue “El Inca” Valero y la delicada dama que fue su mamá, de quien dice haber sacado el amor por el modelaje, el ballet y la danza.
“Todo el mundo me dice que aparte del boxeo debo ser modelo porque tengo cosas de mamá. Era una mujer muy linda, delicada, con un cuerpo bellísimo. Su cara era muy hermosa. Los entrenadores de otros estados que conocieron a mi papá me dicen que ella pudo dedicarse al modelaje pero que él era celoso. No le gustaba que la miraran”.
Aunque apenas tenía cuatro años cuando sus padres murieron, Jennifer todavía guarda recuerdos. Deja a un lado las tareas del liceo para atender una llamada que busca conocer la incipiente carrera de la hija de un personaje icónico del deporte venezolano. Uno del que muchos se atreven a decir que era capaz de vencer a Manny Pacquiao en su momento más estelar.
Casi todos la llaman por el diminutivo de su segundo nombre, Rosy por Roselyn. Su voz es pausada, a tal punto que pareciera que se toma un segundo antes de responder. Su risa sí es inmediata y explosiva, como dice que son sus golpes. Así también fueron los de su papá, el campeón mundial de peso superpluma de la AMB y peso ligero del CMB.
Jennifer quedó en custodia de sus abuelos luego de la trágica muerte de sus padres en abril del 2010. Aquellas desapariciones físicas todavía causan dolor en Venezuela. Su circunstancia fue y sigue siendo dura. Esas dos muertes pudieron haberse evitado, también el drama de dos niños que tuvieron que enfrentar, muy chiquitos, un KO de la vida misma.
Rosy y Edwin, su hermano mayor, siguieron adelante. Así la niña comenzó a descubrir habilidades, varias de esas en el campo deportivo. No solamente la vena atlética le viene por su padre, su tío, Yoel Finol, fue medalla de bronce en el boxeo de los Juegos Olímpicos de Rio 2016. Esa presea se convirtió en plata luego de la descalificación por dopaje del ruso Misha Aloian.
“Mi tío Yoel tenía un entrenador que siempre decía que yo tenía talento para el atletismo. Yo era veloz corriendo, pero no entrenaba tanto, solo me llamaban cuando había una competencia. Gané Muchas medallas”.
Rosy cuenta que su inspiración para comenzar a practicar deportes fue su padre, “El Inca”. Primero fue el atletismo, luego la gimnasia y natación. También lo intentó con otra de sus pasiones, el baile, al asistir a clases de danza y ballet. Contó que desde pequeña también sintió atracción por el modelaje, antes de decidirse a ponerse la pantaloneta corta y los guantes para subirse al ring.
“Siempre me llamó la atención el boxeo, pero no lo practicaba. En mi familia no estaban de acuerdo porque decían que eso era un deporte para hombres, que hiciera cosas femeninas. Pero una tía sí me apoyó como lo hizo con mi papá, así que me llevó a entrenar en el Cementerio Viejo, en El Vigía. Poco a poco todos lo fueron aceptando, además en mi primer nacional gané plata”.
Su primer entrenador fue José Fernández, el que ganó la competencia entre los muchos que querían tenerla. “Cuando llegué nueva todos querían entrenarme porque era la hija de El Inca, estaban felices. Yo creo que aprendí muy rápido ya que al principio me colocaban niños más pequeños que yo. Decían que yo pegaba muy duro”, contó entre risas.
Quizás era algo genético, pero Jennifer aseguró que, a pesar de pelear con niños, no sentía dolor al recibir golpes. “Siempre era yo la que pegaba y cuando me pegaban no me dolía”.
La huella de El Inca sobre el ring
Jennifer no recuerda las peleas de su padre, estaba muy pequeña. Pero dice revisar constantemente por videos aquellos careos. Esos de ese torbellino que ganó 27 combates, todos por KO. De él heredó muchas características.
“Mi padre era zurdo y yo derecha, eso sí. Pero me parezco a él porque soy explosiva, es por eso que mi entrenador me manda a boxear más, a caminar el ring, a ser más estilista. Antes mis peleas eran como las de mi papá, me montaba en el ring y me bajaba de una vez porque ganaba por KO”.
Es por eso que su mano le pesa, así como pesaba la de El Inca. “Pero he cambiado mucho mi forma de boxear, ya no intento ser tan explosiva como mi papá. Me sube mucho el ánimo ver sus peleas y siempre me sorprendo con el tremendo boxeador que fue. Su velocidad, la fuerza. Mi padre fue una gran persona, muy humilde. Yo espero ser igual que él”.
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Rosy vive junto a su tío Yoel en La Guaira. Al conversar, su acento andino la delata, pero en el último chequeo a la preselección nacional representó al estado costero. Allá vive junto a Yoel, su tío protector en quien también tiene un ejemplo entre los ensogados. Pero su norte sigue siendo El Inca.
“A mi tío Yoel pocas veces lo he visto pelear porque siempre lo hace fuera del país. En las Olimpíadas sí lo vi, pero yo no había comenzado a boxear”.
Sus padres, un recuerdo que sigue vivo
Jennifer y su hermano eran muy pequeños cuando la muerte de sus padres recorrió el mundo. La impresión fue tal que se comenzaron a tejer hipótesis de lo que pudo haber pasado por la cabeza de El Inca en aquellas horas confusas.
En la mente de su hija pasan episodios diferentes. Como aquel viaje a Disney con sus padres en donde descubrió que El Inca era miedoso, todo lo contrario a lo que los amantes del boxeo podían ver en el ring.
“Ese viaje a Disney fue muy divertido. Aunque yo estaba muy chiquita recuerdo que entramos a la casa del terror y a mi papá le dio miedo. La gente lo veía muy rudo en el ring, pero él era miedoso. Le temía a la oscuridad. Su mayor miedo era a la muerte”.
Precisamente ese fue el único rival que pudo dominar al invicto Inca.
Jennifer comparte su tiempo entre el boxeo y los estudios. Cursa quinto año de bachillerato y aún no tiene claro lo que quiere estudiar en la universidad, aunque tiene una carrera en mente. Pero para explicar cuál es y por qué le gusta primero ríe a carcajadas.
“Siempre me ha llamado la atención ser médico forense”, dijo. Pero ¿médico forense? ¿Por qué precisamente forense? “Jajajaja”, volvió a reír antes de responder. “Me llama mucho la atención cuando tienen que abrir los muertos, investigar cómo se murieron. Pero muchos me han dicho que elija otra carrera”.
Aunque académicamente tiene dudas, deportivamente no. Jennifer Valero, la hija de El Inca, quiere seguir los pasos de su padre. Recientemente ganó un par de peleas en el chequeo a la preselección nacional por lo que entró en el equipo que irá a los Panamericanos juveniles de Cali.
“Mis metas son ambiciosas porque quiero ser una campeona mundial como lo fue mi papá. Deseo ir a unos Juegos Olímpicos y después saltar al profesional. Por ahora soy juvenil y debo esperar tener la edad para volverme a chequear y así entrar a la selección nacional adulta. Sé que si mi papá me estuviera viendo pelear, estuviese parado al lado del ring emocionado, apoyándome”.
A pesar de tener la mano pesada al combatir, Jennifer aseguró que fuera del boxeo es distinta. Le gusta bailar lo que sea y escuchar música romántica. “No tengo un cantante en específico, pero me encanta la música romántica”.
Donde quiera que va su apellido llama la atención. Dijo que se ha acostumbrado a tomarse fotos con personas que se las piden al saber que es la hija de El Inca Valero. “Siempre se me acercan las personas que conocieron a mi padre a pedirme fotos. Quiero seguir llevando el apellido Valero a los más alto del boxeo”.
Ya son 12 años los que Jennifer ha tenido que vivir sin sus padres. Tuvo que crecer, desarrollarse, cumplir 15 años y demás; separada inevitablemente de quien dice fue su amoroso padre y de su dulce madre. Pero el show debe continuar… Y continuó.
“Papá me cuidaba mucho, al igual que a mi hermano y a mi mamá. Éramos lo más preciado para él. Me hace feliz y me siento súper orgullosa de ser su hija, pero quisiera en algún momento de mi vida darme a conocer por mí misma. Escribir mi propia historia”.
Hasta entonces, es conocida como La Inca, por decisión propia.
Con información de La Patilla y Triángulo Deportivo