El conmovedor relato del Padre de Leopoldo López junto a su nieta Manuela

Leopoldo Gil |Foto: Archivo

Leopoldo Gil |Foto: Archivo

Conversamos un buen rato. Manuela hablaba, yo escuchaba. Ella contaba de su colegio, relataba cosas referentes a sus amiguitas y lo que hacían para jugar.

Manuela estaba alegre, venía de cortarse el cabello luciendo nuevo peinado, decía que se parecía al de su abuela. Un buen rato caminando hasta que me dijo que quería comer algo.

Entramos en una arepera y ordenamos empanadas y refrescos. Su impaciencia y su energía le impulsaron a la búsqueda de un pasatiempo mientras despachaban nuestra orden. Se levantó, fue a un pizarrón, una gran pizarra que hay para que los clientes pinten, escriban o pongan mensajes. Una pizarra hasta el piso, que invita a los niños a escribir y dibujar. Manuela tomó una tiza y comenzó a pintar un muñeco. Bromeando, le pinté trenzas y orejas con zarcillos.

—Mira Manuela, esa eres tú.

Rió, borró y continuó pintando sin atender mis llamados a comer las empanadas; decía que estaba pintando algo muy importante. Me distraje al disfrutar el yantar, al voltear fui sorprendido por una figura casi de su tamaño. Era una cara con barba, la mano derecha la lleva alzada y sobre la cabeza escrita la palabra “liberta”.

Observé su obra y sin preguntar quién era dije que faltaba algo, se volteó, observó el dibujo y dijo: Es verdad.

Dibujó algo detrás del barbado, una figura con una casi corona y un objeto en su brazo derecho alzado.

Le dije: Te falta es la “d” de libertad.

Riéndose, me dijo:

—Mi papi está preso. Esta es la estatua que tú me enseñaste.

Reímos. Sin rencor ni rabia me refería a los dos años del injusto encarcelamiento de su padre.Me enseñó que lo importante no era la letra que faltaba, era la falta de la imaginación del adulto, que solo ve temores y fallas.

Manuela no siente resentimiento ante la injusticia, le duele la falta que le hace su padre. Esta falta no oscurece su alegría, cuando le imagina libre junto a ella en esa estatua lejana de Ramo Verde, la de La Libertad.

Sentí el pesar de la vejación humana que adultos, por egoísmos y ambiciones, interponemos entre los niños y su derecho a la felicidad. Cuando hacemos el esfuerzo de apreciar la creatividad sencilla de esos seres aparentemente débiles, entendemos que solo los adultos tememos y nos inhibimos por amenazas.

La libertad es inherente al ser humano, nos pertenece. Reprimirla es el arma canalla que la sin razón usa al justificar su canallesca imposición sobre los demás. Dice Fernando Savater que la ética es fundamentalmente el empleo que damos a nuestra libertad. En la ética lo que vale es actuar de acuerdo con uno mismo con el coraje en consecuencia.

El robo de la libertad a un individuo, o sociedad, impide aplazar o impedir el potencial que se puede y debe dar, al final no solo roba el presente, también el futuro.

Es oportuno releer al preclaro Proudhon: “Ser gobernado es ser vigilado, inspeccionado, espiado, sermoneado, censurado, mandado por seres que no tienen ni título, ni ciencia, ni virtud… En pocas palabras, cuando se reprime y se le roba la libertad a un ser humano, bajo pretexto de utilidad pública en nombre del interés general, a ese ser se le ha robado, vejado, juzgado, condenado, encarcelado y, para colmo ultrajado… He aquí el gobierno, he aquí su justicia”.

Finalmente la “d” faltante no era importante, más importante era ponerle el nombre a la estatua, ella no se llama Libertad, al menos en Venezuela ella se llama Utopía.

 

Por Leopoldo López Gil / El Nacional.

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