Reconversión monetaria de Nicolás Maduro significó más pobreza: fue una medida costosa e inoportuna
El gobierno de Nicolás Maduro llega al año de su reconversión monetaria sin haber realizado nada para resolver el problema esencial: que el bolívar pierde a la velocidad del rayo su poder adquisitivo. La hiperinflación no frenó, sigue depreciando lo poco que tiene el venezolano en sus bolsillos.
“Fue como colocarle asfalto a un bote de agua, sin antes reparar la tubería”, apunta Ronald Balza, decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab).
Al final, agrega Balza, “restarle cinco ceros al bolívar aquel 20 de agosto de 2018, emitir otra familia de billetes y monedas y usar una nueva denominación (el bolívar soberano) resultó una medida costosa, inoportuna y sin ningún respaldo que permitiera perdurar en el tiempo, en medio de un vertiginoso e imparable aumento de los precios”.
Costosa en términos materiales y humanos, por cuanto la reconversión monetaria ocasionó un gasto de dinero para adquirir y distribuir los nuevos billetes y monedas.
Aunque el Banco Central de Venezuela (BCV) no hizo público el monto, en mayo se supo que adeudaba 22 millones de dólares a la empresa inglesa De La Rue, encargada de la impresión de los billetes del nuevo cono monetario.
A ello debemos sumar el esfuerzo de un sinnúmero de personas que puso en marcha los cambios tecnológicos necesarios para adaptar los sistemas al nuevo esquema monetario en empresas, bancos, clínicas, hospitales, ministerios, alcaldías, gobernaciones y universidades, entre otras instituciones.
La calidad de los billetes bajó
“Los primeros billetes que circularon cumplían las medidas de seguridad de un billete que va a durar mucho tiempo, caso contrario a los más recientes de 10.000, 20.000 y 50.000, que son de una calidad muy inferior. Así debieron haber sido, porque en medio de una hiperinflación no puedes gastar dinero comprando billetes que van a perder valor”, explica Balza.
Ampliar el cono monetario
El momento en que se realizó la reconversión monetaria fue por lo tanto inoportuno, asegura Balza, pues lo que la economía demandaba, antes que nada, era pararle el trote a la hiperinflación que, para entonces, ya duraba casi un año.
En lugar de una nueva reconversión monetaria, era preferible ampliar el cono monetario: pasar del billete de 100 bolívares a uno de mayor denominación.
Sin embargo, el BCV colocó en la calle billetes de 2, 5 y 10 bolívares, lo que tampoco fue oportuno en una economía azotada por una hiperinflación, juzga el decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Ucab.
“Que el billete de mayor denominación fuera de 500 bolívares y pasaran tantos meses antes de sacar el de 10.000 demuestra una falta de mantenimiento del cono monetario. Debió actualizarse a tiempo y no se hizo”, añade Balza.
El hecho fue que la primera actualización del cono monetario ocurrió en junio de este año, cuando comenzaron a circular los billetes de 10.000, 20.000 y 50.000, es decir, 10 meses después de la implementación de la reconversión monetaria, cuando la inflación acumulada alcanzaba 1.155%.
Utilidad limitada
Dirigida fundamentalmente a simplificar las operaciones monetarias, Balza concede, con todo, una limitada utilidad al segundo proceso de reconversión monetaria en los últimos 10 años.
“Para lo único que sirvió fue para facilitar las transacciones electrónicas por unos meses, que ya representaban un problema; por ejemplo, la utilización de las tarjetas de débito en los comercios, y para resolver algunos problemas a los bancos con el manejo de sus sistemas, pero más nada. Sin embargo, eso no justificó una reconversión tan costosa”, afirma.
Pero Nicolás Maduro juró ante las cámaras de televisión, un mes antes de su reconversión monetaria, que estaba a punto de obrar el milagro económico mediante “un nuevo sistema monetario, del bolívar soberano, anclado al Petro”, dirigido a “estabilizar y cambiar la vida monetaria y financiera del país de manera radical”.
Lo cierto es que, al cabo de un año, se estima que los precios terminarán incrementándose 9.416%, una tasa más baja que en 2018 (1.698.848%), pero que sin duda seguirá siendo la más alta inflación de América Latina y del mundo, refiere Santiago Sosa, integrante del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab).
Ni hablar del uso del dólar como medio de pago cada vez que ponemos los pies fuera de casa, ante la imposibilidad de ahorrarlos, y la persistente falta de efectivo para las transacciones cotidianas, dos consecuencias de “una mala reconversión monetaria”, apunta Balza.
Consecuencias de una medida inoportuna
En los primeros seis meses de este año el salario real perdió 50% de su valor y la proyección de la Ucab apunta a que seguirá deteriorándose, por el meteórico aumento de la inflación.
Y el precio de la canasta alimentaria de julio trepó a 1.649.306,75 bolívares, lo que representa un incremento de 17,3% respecto a junio. Es decir, una familia requería 41 salarios mínimos solo para cubrir sus gastos básicos de alimentación, según cálculos del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda).
Es por ello que la reconversión monetaria debió ir “acompañada de medidas para abatir la inflación y reanimar la producción de bienes y servicios”, indica Santiago Sosa.
Ronald Balza insiste en reprobar al llamado presidente obrero: “Maduro pudo detener la hiperinflación antes de emprender la reconversión monetaria. Tenía en sus manos muchas piezas para hacerlo, por ejemplo, subir el precio de la gasolina, para lo que gastó dinero en comprar equipos, reconoció la necesidad de una disciplina fiscal prusiana, pero no presentó el presupuesto; continuó la emisión monetaria del BCV, anunció el Petro y subió el salario mínimo, señales contrarias a la solución del problema”.
Con información de El Pitazo