Mineros de Maracaibo: Los jóvenes sacrifican su educación por un pedazo de oro
José Luis Colina tiene 23 años, dos de ellos como minero en el sector conocido como cerro El Ávila, ubicado en la zona oeste de Maracaibo. Para él este oficio lo ayuda a sobrevivir al hambre que acecha a cada familia del barrio Jesús de Nazaret, donde vive junto con su madre, dos hermanas y 12 sobrinos.
Llega muy temprano en la mañana. “Primero que todos”. Su ritual comienza al pedirle ayuda a su hueco que ya tiene tres metros de profundidad. “Yo hablo con él y le pido que me dé algo para comer hoy, y arranco a cobar, esto hay que entenderlo. Yo le tengo mucha fe a los domingos, parece que ese día es más bondadoso” relata el joven mientras descansa recostado en un árbol.
José llega a las 6 de la mañana y se va a las 6 de la tarde todos los días de lunes a lunes. “No puedo descansar porque los niños comen todos los días”. Generalmente a las 4 de la tarde ya está listo para vender la mercancía, que le genera unos 20.000 0 30.000 bolívares diarios, justo para comprar la única comida del día en su casa. Sin embargo, se queda “un rato más” para adelantar trabajo para el día siguiente.
Él forma parte de los “afortunados” que ha sacado un pedazo de oro del lugar. El 30 de julio del 2017 lo recuerda “como si fuera ayer”.
El año pasado El Ávila volvió a ser bondadoso con el joven. Le dio un par de zarcillos, una pulsera y un reloj, con lo que le arregló la casa a su madre y compró comida suficiente. “Yo pensé que más nunca íbamos a pasar hambre, así que dejé el hueco y me fui a Machiques a trabajar en una camaronera de vigilante. Quería una vida mejor y alejarme de tanto peligro, pero me fue mal, era muy peligroso y decidí volver. Hace un mes estoy de vuelta, pero la cosa está peor porque hay más necesidad”.
Las limitaciones para conseguir “algo bueno” cada día son más, debido a que tal y como lo explica José, mucha gente ha cavado la parte superior del cerro y ahora “hay que ir más profundo”.
Gases irrespirables
Estar en un hueco del cerro El Ávila produce sensación de ahogo. El calor sofocante, la arena y los gases emanados por la remoción de la basura han hecho que más de uno se desmaye, quede tapiado o sencillamente se le complique la salud.
José ha pasado por todas las desgracias del hueco. “Una vez, cuando comenzamos a cobar, porque antes nada más se escarbaba por encimita, se me vino toda la basura y me quedé tapado. Un amigo que venía a trabajar conmigo me sacó, pero fue feo. Aquí uno viene a trabajar con hambre, sin agua, y cuando comienzan a salir los gases te da mareo, fatiga, sientes que te ahogas, por eso ves que muchos no duran mucho tiempo abajo, salen de cada rato a tomar aire porque es rudo estar ahí”.
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