El jugador que “era mejor que Messi” en las inferiores de Newell’s y terminó odiando el fútbol: la historia de Billy Rodas
Gustavo fue el tercero de cuatro hermanos que se criaron en Barrio Nuevo, contiguo a Barrio La Boca y Villa Banana, humilde sector de la Zona Oeste de Rosario. Es una de las ubicaciones más marginales de la ciudad santafesina y fue estigmatizada como nido de la droga y delincuencia. Y eso que durante su niñez no se oía hablar del narcotráfico como ahora.
“La familia era un poco desordenada. Mis viejos se separaron cuando éramos chicos y no era fácil. Fue una vida difícil pero, de a poco, con los golpes, nos fuimos acomodando”, dice el Billy, que pateó sus primeras pelotas en el club Santa Isabel de Hungría y pasó a las infantiles de Newell’s cuando tenía apenas 7 años. En la escuela de fútbol Malvinas Argentinas de la Lepra compartió entrenamientos y partidos con Lionel Messi, al que le llevaba un año de diferencia.
En aquellos tiempos, las categorías menores de la Lepra tenían un 10 en cada equipo que daba que hablar: Gustavo Rodas en la 86, Lionel Messi en la 87 y Mauro Formica en la 88. De los tres, el que más potencial tenía era el Billy, según cuentan. Allí fue dirigido por Ernesto Vecchio, descubridor de Messi, y Quique Domínguez, quien compartió una breve reseña para Infobae: “Gustavo era la rebeldía en persona. Un excelente chico con padres trabajadores y, quizá, sin suerte. A los 12 años gambeteaba con derecha o izquierda y le pegaba muy bien con las dos. Era el más completo de todos y tenía ascendencia sobre sus compañeros, era líder por condición natural. Un gran caudillo con voz cantante que jamás arrugaba. Tan querido por sus compañeros como temido por sus rivales”.
El Billy no tenía maldad, pero el barrio le había despertado una picardía singular para la niñez. El dinero en su casa no sobraba, aunque con su habilidad se las ingeniaba para ganarse la moneda para la gaseosa después de los partidos. Le apostaba al técnico que iban a ganar gracias a él. Cumplía y disfrutaba del refresco en el tercer tiempo. Goles de derecha y de zurda. Gambetas endiabladas y arranques explosivos. Llevaba el potrero puro de Barrio Nuevo, La Boca y Villa Banana como estandarte. Dio el salto lógico de cancha de 7 a 11 y empezó a cautivar en las inferiores leprosas.
La vida del morenito menudo se volvió tan vertiginosa como su estilo de juego. Enganche con la 10 en la espalda y rulos al viento como alguna vez tuvo Maradona, fue atado por Eduardo López, polémico presidente de Newell’s, que le hizo contrato profesional con 15 años para impedir que se le fugara otro diamante en bruto como ya había sucedido con Messi hacía poco tiempo.
“Yo quería hacer cosas típicas de chico y no podía. En inferiores de AFA se descontroló un poco todo. No lo tomaba tan responsablemente. No sentía mucho al fútbol, lo jugaba porque tenía las presiones de mi viejo”, cuenta Billy. Pocos lo entienden porque casi todos hubieran querido estar en su lugar. Pero él tenía otra visión. Las salidas nocturnas de la adolescencia atentaron contra su incipiente carrera; así y todo debutó en 2002 en la Primera de Newell’s de la mano del Negro Julio Zamora.
Eludía adversarios y pretendía hacer lo mismo con las responsabilidades que le tocaban: “No sentía la disciplina del entrenamiento. Más a esa edad, con 16 años. Era mucho descontrol, hacía lo que quería y se me fue de las manos. Al debutar, tenía todo lo que quería y en lo que menos pensaba era en el fútbol. Ya había firmado contrato y ahí mismo fui papá. Eso fue algo que me sirvió porque fui tomando conciencia y empecé a tomar al fútbol como un trabajo. Más allá de que mucho no me gustaba, tenía mis responsabilidades y debía jugar”.
Tuvo su bautismo por la cuarta fecha del Apertura 02 en el Parque Independencia y anotó el cuarto tanto en la goleada de la Lepra 4-1 ante Talleres de Córdoba. Desde allí tomó consideración en el plantel profesional y se adueñó de la 10 del Sub 17 dirigido por Hugo Tocalli. En 2003 se consagró campeón en el Sudamericano de Bolivia en un equipo que también contaba con Oscar Ustari, Ezequiel Garay, Lautaro Formica, Lucas Biglia, Neri Cardozo, Ariel Cólzera y Hernán Peirone. Era una fija en la lista para el Mundial de la categoría que se disputó en Finlandia (Argentina cayó en semifinales con la España de Cesc Fábregas), pero se privó de acudir a esa cita por una inminente venta al Lugano de Suiza que finalmente se frustró.
Firma de contrato, debut y primer gol como profesional, título con las juveniles de la Selección e inminente transferencia al fútbol europeo. La frutilla del postre fue el arribo de su primer hijo. Fueron demasiadas emociones y cambios repentinos para la humilde vida de un chico de 16 años. “Me tuve que hacer cargo de mis hermanos, que eran rebeldes como yo. Fue una carga para mí, pero quería que mi familia estuviera bien y tuviera lo que necesitaba para vivir. Pensaba en llegar lejos pero para estar bien, no soñaba tanto en grande. Quería ganar plata y lo tomaba como un trabajo, no tenía muchas ambiciones en el fútbol. No lo sentía ni me gustaba y esa falta de pasión me habrá jugado en contra”.
Cosechó varias presencias en la Primera de Newell’s con Zamora y también formó parte del plantel dirigido por el Bambino Veira. Su escasa disciplina postergaba su explosión en la cancha. “Tuve mucha gente que me quiso ayudar, yo no me dejé o no me daba cuenta de las cosas. Estaba con gente que era igual que yo y no tiene la culpa. Era lo que yo quería, nadie me hizo hacer cosas que no quisiera. Podría haber sido diferente si me criaba en un ambiente con gente que tuviera otros pensamientos, pero era donde quería estar”, es una de las reflexiones que hace tras dos décadas.
La falta de contención y la enorme cantidad de estímulos que le cayeron de golpe impidieron que madurara y se formara como debía. Así y todo, el Billy confiesa que el fútbol probablemente lo haya salvado de una realidad peor: “Sin haber tenido un sueldo hubiera sido otra cosa. Al no tener un buen estudio por ahí hubiese descarrilado”.
Su vida transcurría entre los entrenamientos con el plantel profesional y las largas noches por Rosario: “El tema droga, nunca nada. En ese tiempo había, pero no tanto como ahora. Era siempre salir de fiesta y nada más, terminaba solo en eso. Mis amigos nunca me ofrecieron y tuve la suerte de que nunca se me presentó. Éramos chicos que salíamos de fiesta”.
Vía lapatilla