Señor del Papagayo: “Mi constancia viene del cariño de las personas”

Rafael Araujo, merideño de 71 años de edad, comenzó hace más de 15 años a crear sus papagayos de protesta que hoy son una referencia en la sociedad venezolana. Cree que el país va a cambiar porque la esperanza no se pierde y considera importante promover una ciudadanía que respete las leyes. Hombre modesto, atribuye a los genes su capacidad para crear frases y al apoyo de la gente su motivación para seguir creando

No hay en la sala de Rafael Araujo, el Señor del Papagayo, ninguna referencia a su trabajo como activista. Ha creado miles de papagayos en defensa de la libertad —ya perdió la cuenta— pero no guarda ninguno. Lo que ha colgado son decenas de cuadros de su autoría entre los que destaca una tendencia por la naturaleza. Girasoles, guacamayas, matas de mango, pavos reales. Nada político.

Sobre una repisa, uno detrás de otro, unos barquitos de madera, también creados por él, miran hacia la misma dirección. Dos de ellos están pintados con los colores de la bandera de Venezuela, uno de verde y amarillo y otro de azul y naranja. Un poco más allá, para que quede claro que es diferente, un transatlántico de colores azul, amarillo, blanco y naranja.

El Señor del Papagayo, si bien es muy consciente del significado de su trabajo, es un hombre modesto consigo mismo. Pero así como es un activista que ha registrado con sus papagayos la Venezuela de hoy, es un artista que trabaja a diario con una perseverancia que atribuye al cariño de la gente.

Con sus papagayos ha estado en las situaciones más extremas del país, como en las protestas de 2017 o las de 2019, pero también se le puede encontrar sentado, en silencio, en la plaza Bolívar de Chacao con alguna de sus frases que llaman a la reflexión o levantan la voz contra la opresión. O las sube en sus cuentas en Instagram y X, donde la gente las comparte o dejan sus comentarios. Uno de esos comentarios, a mediados de octubre, vino de la líder María Corina Machado, que respondió a un papagayo que le expresaba apoyo y cariño: “Y yo te quiero a ti, Rafael. Eres la conciencia andante de Venezuela”.

Palabras como esas son la motivación de Araujo, nacido en Timotes, estado Mérida, en 1953. “Estoy en la calle y me lanzan un cornetazo, una sonrisa. El poder de esas cosas es un empuje para seguir y ser mejor”. Para él, la situación actual, luego del 28 de julio, no se diferencia mucho en cuanto al sistema político que hay, el problema es que las detenciones y persecuciones aumentaron.

“No debería ser eso de que a una persona la dañen en un país por decir una opinión. Cuando la persona lo sufre, lo sufre la familia. Hay que ponerse en el lugar de esa persona, porque podría ser cualquiera”, afirma el activista de 71 años de edad.

Su amor por el arte comenzó cuando era niño. Tuvo un profesor en la Escuela Cristóbal Rojas que le decía que una persona no debería sentirse artista sino que tiene que esperar a que los demás lo digan. Esa aprobación la sintió cuando una señora famosa por sus manualidades miró con asombro un papagayo que creó en forma de trompo. “Recuerdo su expresión. Fue una calificación solo con la mirada. Se quedó impresionada y sin que me lo dijera directamente sabía que me estaba diciendo que era un buen trabajo”, rememora el activista, que en ese momento vivía en Carapita.

En otra oportunidad, un hombre muy mayor le dijo en la calle: “Eso es una obra de arte”. Palabras así lo motivaron a seguir.

El primer papagayo de protesta lo creó hace más de 15 años durante una manifestación cerca de la avenida Libertador liderada por el político Óscar Pérez, dirigente del partido Alianza Bravo Pueblo, exiliado en 2009. Hizo uno muy grande, de unos tres metros, con la bandera de Venezuela pero la brisa lo rompió; entonces improvisó e hizo otro con la palabra libertad. “Ese fue el primero y entonces seguí participando porque a la gente le gustó”.

Desde entonces, Araujo produce sus papagayos de un tamaño que le permita a la gente entender sus frases y que él pueda maniobrar. Sus papagayos, aunque no vuelan por los aires, vuelan por las redes sociales o entre los recuerdos de las personas. “Yo salgo a la calle y me dicen que soy un ícono. Algunas personas me han dicho que en Ciudad Bolívar me quieren mucho. Son referencias buenas. Afuera también me dicen que ven mucho los papagayos”.

El método de creación de cada pieza comienza con Araujo mirando en redes sociales información publicada por gente confiable. A partir de ahí decide la frase que servirá para manifestar una denuncia o reclamo según las noticias del día. Por ejemplo, entre las más recientes están: “Hacer lo que tenemos que hacer por lo que nos pertenece”, “246 mujeres. 28 niñas inocentes detenidas sufren violencia de género” o “Cecodap. 40 años. Solidaridad, respeto y justicia”. Los colores los elige de manera que la frase se entienda, sin la intención de que haya un vínculo con el tema, aunque así parezca a veces, como ocurrió con una que dedicó al diario La Voz luego de que el Seniat lo clausuró en octubre. Solo utiliza específicamente los colores del tricolor nacional cuando de acontecimientos de suma importancia se trata.

Su capacidad para crear frases rápidamente que llamen la atención es herencia familiar, dice. Muchos de sus hermanos, cuenta, tienen esa picardía que sale a relucir en reuniones en las que la gente queda desconcertada al escucharlos. “Tuve un hermano que era muy jocoso y echador de broma. Mi otra hermana también tiene esa característica. A ella a veces le pregunto cosas para no equivocarme, porque una palabra o frase pueden cambiar una oración”.

También piensa que se trata de un don que le vino del cielo. Se considera un hombre religioso, pero no uno que vaya a misa todos los domingos sino que le pide la bendición a su mamá, de 102 años, en la mañana y en la tarde. La visión de Araujo de la vida tiende a mirar las buenas o malas actuaciones de las personas. Para él, en ese punto es que se define si la humanidad avanza o retrocede. “Lo esencial es que seamos ciudadanos. Ciudadanos que respeten las leyes”.

Cualquier actuación del ser humano, afirma, es una responsabilidad. Reconoce, sin embargo, que se ha equivocado y que ha fracasado, pero lo importante siempre es “tratar de mejorar, hacer lo mejor posible, para ir en contra de esa parte negativa de uno mismo”.

Mucha gente le ha recomendado que guarde los papagayos para llevarlos a alguna galería en Venezuela o en el exterior. Él intentó hacerlo sin que estuviesen armados, pero llegó un momento en que eran tantos que no pudo seguir almacenándolos en su apartamento. “A veces hago cuatro por semana, a veces cinco, a veces dos, a veces uno. Casi siempre son tres. Si haces un porcentaje anual, y luego de tantos años, se te pierde la cantidad”.

A Araujo lo han amenazado de muerte en la calle, algo que ha disminuido en los últimos años, en los que ha percibido un rechazo por parte de algunas personas hacia la palabra libertad. Él trata de generar frases que no se dirijan directamente a un funcionario o institución para cuidarse. Por ejemplo, el papagayo que dice “Nos cambió oro por espejitos el imperio español” es acerca de una noticia reciente sobre el Delcygate sin mencionar propiamente el caso. En la calle y las redes hay gente que se da cuenta del tema y otros que lo interpretan de otra manera.

“Iba por la calle y un tipo se puso cuadrado al leer lo que decía. ‘¡Cómo vamos a decir eso en esta época! Tenemos muchas cosas de los españoles’. Pero también hay una anécdota que contrasta con la de él. Un señor me dijo ‘esa es una ladrona’. Si lo saco ahorita la gente no entendería, en ese momento sí porque todo el mundo estaba hablando de eso”, explica el activista.

Araujo cree que sus papagayos en el futuro estarán guardados en la memoria de los venezolanos porque tanto esta generación como la anterior le han tomado muchas fotos. Recuerda personas que lo han visto en la calle para pedirle fotos y enviárselas a  algún familiar o un motorizado que le dijo a un compañero que tenía que registrar el momento porque estaba al lado de una leyenda.

A sus 71 años, el Señor del Papagayo se siente muy bien. Antes jugaba baloncesto, que le encanta, en el Parque del Este, pero debido a su edad dejó de hacerlo. Ahora dedica su tiempo a sus papagayos y, en menor medida, a pintar. No tiene hijos y con su exesposa mantiene una relación cordial. Se visitan y se ayudan.

Cree que el país sí va a cambiar porque “la esperanza es lo último que se pierde” y el venezolano, afirma, sigue muy esperanzado. “Es como esa frase que dicen en las marchas: ‘Los buenos somos más’. Entonces, sí, a pesar de tanta delincuencia, que en todos los países hay”, dice, así que anima a los ciudadanos a seguir adelante buscando un mejor país. “Si estamos vivos, estaremos aquí con ellos”.

Vía el nacional

Suscribete
Notificar a
guest
0 Comments
Más antiguos
Más nuevos Más votados
Inline Feedbacks
View all comments