El violador de cadáveres más siniestro: “Les bebía la sangre y momificó a una niña”
Hay comportamientos y hechos en la Historia a los que es imposible dar una explicación razonable, simplemente ocurren y dejan una marca imborrable en los libros. Eso es lo que ha sucedido con la vida de Víctor Ardisson, un enterrador francés que vivió en la primera parte del siglo XIX y se hizo tristemente conocido por sus macabras prácticas con las mujeres fallecidas. Entre ellas, destacan haber mantenido relaciones con más de 100 cuerpos, haber bebido sangre de decenas de cadáveres –algo que le granjeó el apodo de ‘El vampiro de Muy’– y haber conservado la cabeza momificada de una niña de 13 años en su casa por considerarla «su novia». Simplemente espeluznante.
Por: ABC
Corría el 5 de septiembre de 1872 cuando el pequeño y tranquilo pueblo costero de Le Muy, ubicado en el sur de Francia, vio nacer a Víctor Ardisson, por entonces un precioso niño que, años después, tendría el infeliz honor de convertirse en el necrófilo más prolífico de la Historia. De familia más bien pobre, el futuro Vampiro de Muy no tuvo una infancia sencilla, pues su padre biológico abandonó a su madre antes de que él naciera y se crió junto a un padrastro que cargaba bajo el brazo con un largo historial policial de robos.
Tampoco fue mejor su adolescencia, pues fue en esa etapa de su vida donde desarrolló varios comportamientos obsesivos hacia las mujeres, todos ellos sexuales. «Además de la necrofilia, Ardisson tuvo otras parafilias. Por ejemplo, tenía un gran fetiche hacia la orina que nació en sus años de juventud. Según afirmó posteriormente, disfrutaba lamiendo las gotitas de orina que sus compañeras de clase dejaban cuando iban al cuarto de baño», explica Anil Aggrawall en su obra ‘Necrofilia: Aspectos forenses y médico-legales’.
Pero esa no era su peor obsesión. Y es que, según las investigaciones realizadas por el doctor Alexis Epaulard, quién trató a Ardisson años después, el joven galo también gozaba bebiéndose su esperma después de haberse masturbado. ¿La razón? Según dejó anotado en varios documentos el médico francés era sencilla… «Le daba pena tirar aquello». A su vez, el necrófilo solía afirmar que se habían sucedido todo tipo de encuentros sexuales entre él y su madre.
Necrofilia
Hubo que esperar algunos años hasta que Víctor decidió cometer los actos que le llevarían de cabeza al psiquiátrico: desenterrar cadáveres de mujeres para practicar sexo con ellos y beberse después su sangre. Para ser más concretos, comenzó a planear estos delitos cuando apenas contaba 18 años y ya era conocido en todo el pueblo por su depravación. Según el mito que rodea a este personaje, se afirma que se ganó la vida acostándose con mendigos a cambio de unos centavos hasta que consiguió un trabajo de enterrador.
A esa edad, Víctor no era inmune a los encantos de las mujeres, a las cuales perseguía en secreto. Sin embargo, lo que no sabía es que una muchacha de la que se había enamorado iba a cambiar su vida. Todo ocurrió una fatídica jornada en la que la joven murió de forma súbita para dolor de nuestro protagonista. ¿Iba esto a detener este nimio detalle el enamoramiento del francés? Parece que no. Al llegar la noche, este macabro tipo aprovechó su condición de sepulturero para entrar en el cementerio, quitar poco a poco la tierra de la tumba, sacar el cadáver de la recién enterrada, y violarlo. Aquel fue el principio de una práctica que realizó en un centenar de ocasiones.
«Víctor comenzó a exhumar tumbas alrededor de los 19 años de edad. Según la mayoría de las estimaciones, pudo haber tenido relaciones sexuales con más de 100 cadáveres, lo que le convertiría en el necrófilo más ‘ocupado’ de la historia, al menos de los casos que han salido a la luz. Además, Víctor solía, según sus propias confesiones, hablar regularmente a sus amantes cadavéricas como si todavía estuviesen vivas y practicarles sexo oral», completa el experto.
Al observar que no era descubierto, Víctor hizo de la necrofilia un hábito. Su forma de actuar era sencilla: entraba en el cementerio al caer el sol, desenterraba un ataúd, levantaba la tapa, quitaba el sudario a la fallecida y daba rienda suelta a su depravación. Esta fue en aumento al creerse inmune a las autoridades, pues llegó a llevarse cuerpos de mujeres muertas a su casa para tenerlos siempre disponibles y «ahorrarse» el viaje al camposanto. Al parecer, no le importaba demasiado la edad que la dama hubiera tenido al expirar, lo que le llevó a mantener relaciones con cadáveres de niñas y ancianas.
Su premeditación llegó a ser tal que, durante un tiempo, se hizo famoso por visitar y llevar regalos a las mujeres que estaban a punto de morir. Era casi como un macabro cortejo previo a la relación que ambos iban a tener una vez que ella dejara este mundo. «A muchas mujeres, sabiéndolas enfermas de gravedad, las visitaba antes de morir llevándolas flores y palabras de consuelo», señala Omar López Mato en su obra ‘Después del entierro: A veces la muerte no es el final de la historia, sino el comienzo’. Con todo, su inmoralidad llegó a su culmen cuando empezó a beber sangre de las fallecidas directamente de sus pechos.
Atrapado
Los delitos le costaron la cárcel. Al final, sus vecinos contactaron con las autoridades debido al fuerte y desagradable olor a carne en descomposición que emanaba del hogar de Víctor. Cuando los policías atravesaron su puerta, no podían creer lo que vieron: el enterrador tenía en su casa varios cuerpos y la cabeza momificada de una niña de trece años con la que, según se descubrió poco después, practicaba sexo oral.
Pero esa parte del cuerpo era algo más para Ardisson. Según el propio necrófilo, aquella cabeza infantil era «su novia», a la que quería con locura y de la que no podía separarse. Tal era el cariño que sentía por ella, que llegó a escribirle una carta de amor recogida por López Mato en su obra:
«Ya no podré acariciar tu espalda de nieve, ni besar tus labios azules, ya no podré recorrer con mis ojos tu cuerpo de blanca pureza, o detenerme en la luz apagada de tus ojos. Me será imposible sentir tu gélido aliente contra mis labios de fuego, o besar la glaciar consistencia de tus pechos, porque todo tu amor, frío y distante, ha terminado. No nos quedan más noches de caricias encendidas que no podrás responder a pesar de mi pasión desmedida, más allá de toda locura, más acá de toda cordura. Porque de ti, mi amor de hielo y espuma, de ti, mi amor, me han separado».
Víctor Ardisson terminó sus días en el asilo para enfermos mentales de Pierrefeu, aunque su leyenda ha permanecido viva hasta hoy; una historia de perversión y necrofilia difícil de olvidar. Qué le llevó a cometer aquellos actos es algo que, en la actualidad, se desconoce, aunque algunos expertos como el psiquiatra alemán Richard Krafft-Ebing han establecido su propia visión de este fenómeno en sus libros:
«Se requiere una sensualidad anormal y perversa para poder superar la repugnancia natural que el hombre tiene hacia un cuerpo muerto y disfrutar sexualmente con un cadáver. Por desgracia, en el caso de la mayoría de los casos de necrofilia, la condición mental no fue examinada; por lo que la teoría de que los culpables tienen cierta solidez mental debe permanecer abierta».