Ya estamos un paso más cerca de iluminar nuestras calles con luciérnagas: las ciudades ya prueban la bioluminiscencia
Imagínatelo. Una tarde de primavera terminas de trabajar, sales de la oficina, te vas al bar de la esquina y disfrutas de una buena caña a la luz de las luciérnagas. Salvo que tu empresa esté en mitad de una pradera suena a fantasía bucólica al más puro estilo Garcilaso de la Vega; pero puede que no sea así durante mucho tiempo. Desde hace años hay empresas que trabajan para iluminar nuestras calles, plazas y hogares con bioluminiscencia. Por lo pronto han conseguido captar ya la atención de las instituciones y demostrar de lo que son capaces en espacios públicos.
Quién sabe, puede que en no mucho puedas moverte por tu ciudad bajo el resplandor de farolas iluminadas con las mismas bacterias que hacen refulgir a calamares del Pacífico.
¿Qué es exactamente la bioluminiscencia? Aunque pueda tener su puntito poético, la bioluminiscencia es ciencia pura. Y relativamente frecuente, además. Se calcula que la comparten el 76% de las criaturas marinas y puede localizarse desde en peces abisales y calamares a krill o algas. El fenómeno se extiende a otros animales, como las luciérnagas, ciertos gusanos o los springhares del sur de África. Básicamente, consiste en una reacción bioquímica que se manifiesta en forma de luz y en la que intervienen la enzima luciferasa, la proteína luciferina, el oxígeno y el ATP.
De los mares y campos, a las plazas y casas. El reto al que se han lanzado empresas, investigadores e incluso instituciones públicas es llevar ese fenómeno de los océanos y campos a nuestras plazas y hogares. Iniciativas no faltan en esa línea. Glowee, una startup francesa fundada en 2014, quiere por ejemplo aprovechar microorganismos bioluminiscentes cultivados en agua salada y envasados en tubos para crear una especie de “linternas”, similares a pequeños acuarios.
Lo que plantea —y en lo que lleva ya tiempo trabajando— es cultivar la bacteria marina Aliivibrio fischeri, la que permite brillar entre otros al calamar bobtail hawaiano, en una mezcla de nutrientes básicos y oxígeno. Como detalla la BBC, apagar la luz de su sistema es tan fácil como cortar el suministro de aire y sumir a las bacterias en un estado anaeróbico, sin bioluminiscencia.
Un mismo objetivo, diferentes enfoques. La de Glowee es una de las iniciativas que mayor difusión ha alcanzado en la última década, pero no es ni mucho menos la única. Hace ya siete años las universidades de Columbia y Sevilla trabajaban en la elaboración de dispositivos de iluminación ambiental basados en las bacterias Vibrio fischeri y algas Pyrocytus. Más o menos por las mismas fechas, en 2017, también se lanzaba The Glowing Plan Project, un proyecto con un objetivo más o menos similar que aspira a crear plantas bioluminiscentes que algún día puedan sustituir farolas.
Aunque su enfoque quizás sea más ornamental, en 2020 la revista Nature Biotechnology se hacía eco del trabajo de un grupo de 27 científicos que —gracias al trabajo con genes de hongos— habían obtenido plantas bioluminiscentes que brillaban más y durante más tiempo que otros experimentos anteriores. Lo cierto es que la carrera por lograr une vegetación parecida a la que podemos ver en películas como Avatar no es nuevo. Hace décadas, Keith Wood daba ya pasos cruciales en esa dirección. Ahora está enmarcado en Light Bio y el desarrollo de una planta bioluminiscente.
De la teoría a los hechos: el ejemplo francés. No todo es teoría y papers en el campo de la bioluminiscencia. Hace unos días la BBC publicaba un amplio reportaje sobre las pruebas que se están realizando en Rambouillet, en Yvelines, Francia, una población en la que han incorporado ya algunos de los tubos luminosos de Glowee. Según detalla, se utiliza en el centro de vacunación Covid-19 y el objetivo es que en no mucho tiempo se instalen también en una plaza. Experimentos similares habría por otras partes del país, incluso el aeropuerto Charles de Gaulle.
Francia no es la única interesada en la propuesta de Glowee. La compañía asegura que está negociando con 40 ciudades repartidas por Bélgica, Suiza y Portugal, además de en su propio país. Con el tiempo ha logrado captar la atención también de organismos públicos. La Comisión Europea —precisa la BBC— le ha concedido ya 1,7 millones de euros y cuenta con el respaldo de la empresa que gestiona la red eléctrica gala, ERFD, y el Inserm. Incluso el ayuntamiento de Rambouillet ha contribuido con 100.000 euros para hacer de la ciudad “un laboratorio de bioluminiscencia”.
La gran cuestión: ¿Por qué apostar por la bioluminiscencia? Eso, ¿por qué? Más allá de lo fascinante que pueda resultar una casa, una carretera o una plaza iluminadas con bacterias, ¿por qué deberíamos cambiar nuestras bombillas incandescentes o LED? La clave la aporta la fundadora de Glowee, Sandra Rey: “Nuestro objetivo es cambiar la forma en que las ciudades utilizan la luz. Queremos crear un ambiente que respete mejor a los ciudadanos, el medio y la biodiversidad”.
En otras palabras: se trata de buscar una forma más sostenible para la iluminación. A día de hoy dedicamos una parte sensible de la energía a alumbrar nuestros hogares y calles con sistemas que, pese a las mejoras de las luces LED, consumen una electricidad generada aún en gran medida con combustibles fósiles. Glowee asegura que la fabricación de sus tubos con bacterias bioluminiscentes es más respetuosa con el medio que la de los sistemas tradicionales: genera un 98,9% menos de CO2 durante la producción y requiere un 40% menos de electricidad y 95% de agua.
Una apuesta cargada (también) de retos. No todo es maravilloso, por supuesto. Si queremos jubilar nuestras farolas y cambiarlas por plantas o tubos bioluminiscentes antes debemos solucionar algunos retos, tanto de carácter técnico como logístico. “Primero tienes que alimentar a las bacterias y diluirlas a medida que crecen. No es tan fácil. El fenómeno dependerá mucho de la temperatura y dudo que funcione en invierno. En tercer lugar la bioluminiscencia es muy tenue en comparación con la luz eléctrica”, reconoce Carl Johnson, de la Universidad de Vanderbilt, a la BBC.
La potencia es uno de los grandes desafíos de los partidarios de bioluminiscencia. Sobre todo cuando hablamos de un alumbrado público que debe contribuir a la seguridad y facilitar, entre otras cuestiones, el tráfico rodado. A día de hoy las bacterias de Glowee pueden producir un brillo de salida de 15 lúmenes por metro cuadrado, por lo que no llega a los 25 que se consideran como el mínimo para los parques y jardines y muy lejos de los que puede generar una bombilla LED doméstica. Otro reto es mantener los cultivos vivos a largo plazo, para lo que la compañía gala ahonda también en la quimioluminiscencia y la generación de luminosidad sin necesidad de bacterias vivas.