Derrame petrolero asfixia los frágiles ecosistemas de la costa venezolana
Un derrame de hidrocarburos fluye desde la hoy destartalada refinería de El Palito, la única activa en Venezuela. Los kilómetros de playa del Golfo Triste en el Estado de Falcón, en el occidente del país con las mayores reservas de petróleo del mundo, son una mancha de petróleo que ha llegado hasta el Parque Nacional Morrocoy, una ensenada de islotes con arrecifes y manglares, de unos 320 kilómetros cuadrados, uno de los destinos favoritos de los venezolanos. Una semana después de que el mar empezara a traer a la costa los restos de hidrocarburo y empezaron a verse los efectos del derrame, la petrolera estatal, PDVSA, no se ha referido aún al caso. Sin embargo, ya se ha producido una reunión telemática en la que participaron decenas de investigadores, ambientalistas y voluntarios para tomar acciones en defensa de los ecosistemas venezolanos.
Las dimensiones de la mancha las calculó el biólogo y ecólogo marino Eduardo Klein desde Tasmania, en Australia. El investigador del Laboratorio de Sensores Remotos de la Universidad Simón Bolívar ha cotejado por imágenes de satélite la evolución del derrame, que empezó a propagarse el 22 de julio. “De acuerdo con lo que hemos determinado, el derrame sigue en desarrollo. La mancha del 22 deja presumir que en el agua había ese día unos 25.000 barriles de petróleo en la costa de Morón”. A través de su cuenta de Twitter ha ido documentando la evolución y el recorrido del derrame. Para el 26 de julio, la que llama “la lengua de la muerte” ocupaba 260 kilómetros cuadrados, suficientes para cubrir la ciudad de Valencia. El crudo sigue descontrolado.
“En términos relativos, no es un volumen tan grande, si lo comparamos con otros grandes derrames petroleros mundiales. Lo que lo hace particularmente grave es la zona de afectación: es una corriente que lleva el crudo hacia el Golpe Triste y hacia el Parque Nacional Morrocoy. Ya hay reporte de afectaciones y presencia de hidrocarburos llegando a arrecifes y lagunas de manglares. Lo que no es visible, y puede ser más grave, es que parte de esos hidrocarburos se precipitan y van al fondo marino”, explica el oceanógrafo Juan José Cárdenas, profesor asociado del Instituto de Tecnología del Mar de la Universidad Simón Bolívar.
Todas las refinerías tienen mecanismos de contención. En un país con una industria petrolera colapsada, casi inoperativa por la mala gestión y la corrupción, obligado a importar gasolina de Irán y que está produciendo a sus niveles mínimos, los sistemas de control de daños ambientales tampoco están funcionando. En la empresa estatal petrolera, en manos del chavismo, los accidentes industriales y ecológicos en estos años han sido frecuentes. Han sido dos importantes en la última década: un derrame en el oriente del país, sobre el río Guarapiche del Estado Monagas en 2012 que contaminó la fuente de agua de una ciudad, y el estallido de Amuay, en el mismo año, que dejó más de 50 muertos y cientos de heridos y sobre cuyas causas se ha bloqueado toda investigación. El crudo derramado desde El Palito ha recorrido por efecto del viento y las corrientes más de 100 kilómetros desde la fuga de origen, lo que indica que no se colocaron a tiempo barreras para recogerlo.
A Deborah Bigio, directora de Fudena, una ONG que promueve la conservación ambiental, también le preocupa lo que no se ve. Esta organización, junto con el Ministerio del Ecosocialismo, ha emprendido jornadas de limpieza del petróleo que se amontona en las playas de Chichiriviche. En ese pequeño pueblo costero, Fudena tiene una estación de trabajo, a donde empezaron a llegar hace unos días vecinos preocupados por lo que traían las olas. “Todos estamos encerrados por la pandemia, pero cuando empezaron a verse los restos y las manchas grandes de petróleo, tuvimos que salir”, dice la bióloga. Hasta 200 voluntarios por jornada han escarbado con rastrillos la arena para intentar limpiar el petróleo. Pero, reconoce Bigio, esa actividad consiste literalmente en arar en el mar. “Todo el hidrocarburo, que todavía no sabemos cuál es, percola. La afectación es inevitable”. Acometer los estudios de impacto ambiental necesarios también será otro desafío en medio de la crisis del coronavirus, que está escalando los contagios en el país sudamericano a más de 1.000 casos diarios.
Los arrecifes y manglares que forman parte del Parque Nacional Morrocoy son los que más preocupan porque son estructuras frágiles y hogar de otras especies. Las ostras que se pegan a los tallos del mangle, los peces como la liza, de gran interés comercial, desovan en esas raíces. En los corales se arriman los crustáceos y los organismos bentoicos. Fotografías de la zona muestran los tallos manchados de brea negra. Cerca del lugar de afectación está la Reserva de Cuare, hogar de aves locales y parada regular de especies migratorias de la región. “El petróleo afecta la vida marina al bloquear las branquias de los peces y crustáceos para respirar. Al posarse sobre arrecifes aniquila los pólipos de coral y eso afectará la pesca y el turismo. Los manglares y arrecifes son estructuras naturales formadoras de costa, estabilizadoras de las líneas de costa”, apunta Cárdenas.
En 1996 una mortandad masiva acabó con 90% de los corales de Morrocoy. No se ha establecido causas del fenómeno sobre el que hay dos hipótesis: cambios bruscos de temperatura o contaminación por aguas residuales. Entonces quedaron solo nueve de las 26 especies coralinas que se habían catalogado en la zona. Una investigación la bióloga Ana Yranzo, llevada a cabo a través de un programa de la Sociedad de Zoología de Londres, encontró este 2020 que 24 años después nuevas colonias se habían levantado sobre las estructuras muertas. Los corales que se habían recuperado en Morrocoy sufren ahora un nuevo embate.
Por ALONSO MOLEIRO / FLORANTONIA SINGER / elpais.com