La impactante historia de Frida, la cantante de Abba que nació producto de un experimento nazi

Frida (a la derecha) con el grupo ABBA. Imagen referencial. Fuente: Notitotal

Como respuesta al decreciente índice de natalidad alemán, el 12 de Diciembre de 1935 fue creada la Sociedad Lebensborn, que quedó en manos de Heinrich Himmler, el jefe de las SS. Su plan era promover las políticas nazis para crear la “raza superior” que poblaría Europa. El programa proporcionaba incentivos a los alemanes, especialmente agentes de las SS de tener más niños. Su objetivo era que ningún niño ario quedara sin nacer.

Este programa nació en el marco de la Oficina de la Raza y Asentamientos, el más importante departamento de las SS para asuntos raciales. Partiendo de la maternidad de Heim Hochland, en las afueras de Múnich, inaugurada en 1936, la red Lebensborn llegó a disponer de 11 casas en los territorios de Alemania y Austria, 8 más en Noruega y otras 3 en países occidentales bajo dominio de las tropas del Tercer Reich.

Lebensborn tuvo tres etapas diferenciadas: en un principio, fueron las mujeres de los altos oficiales de las SS quienes ingresaron en las maternidades. Allí, entre bosques, rodeadas de un ambiente bucólico, y tratadas por los mejores especialistas, las esposas de los oficiales pasaban su embarazo y la lactancia de sus niños.

Según la orden de compromisos y matrimonios de las SS de 1931, Himmler obligó a los miembros de las SS a tener al menos cuatro hijos, sin importar que estos fueran dentro o fuera del matrimonio. De esta manera, y siguiendo una directriz que ellos llamaban de “obra social”, las maternidades se fueron llenando de jóvenes solteras embarazadas, que eran admitidas siempre que pudieran demostrar los antecedentes arios de los hombres que las habían embarazado.

Tras el periodo de lactancia, las madres solteras entregaban sus hijos a Lebensborn y éste a su vez los daba en adopción a familias de las SS, en algunas ocasiones, para que pudieran cumplir su “cupo”. Estas chicas eran posteriormente recompensadas con trabajos administrativos, tales como telefonistas o secretarias, en departamentos locales de las SS.

Luego llegó la entrada de las jóvenes “voluntarias” que eran portadores del “elemento nórdico” buscado por los nazis para su regeneración racial y, que por lo tanto, eran racialmente válidos para ser adoptados por familias de las SS.

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Todas las personas que formaban parte de Lebensborn tenían que pasar unas exigentes pruebas raciales, realizadas por anatomistas y antropólogos de la Oficina de la Raza. Lebensborn no permitía fisuras.

En 1940 los Nazis invadieron Noruega, país que ocuparon hasta el 1945. El programa Lebensborn (“fuente de vida”, en castellano) se implementó en ese país en marzo de 1941. Se alentó oficialmente a los soldados nazis a engendrar hijos con noruegas que fueran rubias y de ojos azules. Se les aseguró que el Tercer Reich se haría cargo del niño si no deseaban casarse con la madre o si ya estaban casados. Además de pagar todos los costos del parto, la asociación Lebensborn les dio a las madres una importante manutención de los hijos, incluido dinero para la ropa, así como un cochecito o cuna. Solo una pequeña proporción de soldados nazis quiso casarse con las mujeres embarazadas y llevarlas de vuelta al Reich alemán.

Del terrible experimento nacerían más de 8.000 niños en lo que fue el primer hogar Lebensborn fuera de Alemania y que luego aumentarían hasta llegar a 8 en el territorio noruego.

En otros países ocupados las relaciones entre soldados alemanes y mujeres locales estaban prohibidas por ser consideradas razas inferiores. Sin embargo en Noruega pasó lo contrario, Himmler admiraba la “sangre vikinga” de los noruegos y animaba la procreación con mujeres noruegas, que eran consideradas arias puras.

Para llevar a cabo estos nacimientos forzados se requisaron hoteles y villas. Los más de 8.000 niños fueron registrados y asentados con un número y archivo de Lebensborn que contiene sus registros médicos.

Ya durante la guerra estos niños y sus madres recibieron el rechazo del pueblo y del gobierno noruego en el exilio en el Reino Unido, que a través de la BBC, en sus emisiones, advertía que al marcharse los alemanes las cosas podrían ponerse desagradables para las madres de estos niños: “Hemos emitido una advertencia anteriormente y lo repetimos aquí sobre el precio que pagarán estas mujeres por el resto de sus vidas: todos los noruegos las despreciarán por su falta de moderación”.

Advertencias que efectivamente se cumplieron, y al acabar la guerra unas 14.000 mujeres fueron llevadas a campos de trabajos forzados durante año y medio, donde muchas fueron violadas.

El pueblo noruego tenía ansias de venganza y encontró en estos niños, que eran llamados “chicos nazis” (más tarde se emplearía el termino niño de la guerra) y en sus madres, las “putas de los alemanes”, su blanco perfecto.

Muchos acabaron en orfanatos donde fueron maltratados y sufrieron abusos sexuales. Otros fueron clasificados como “retardados” y encerrados en clínicas mentales, bajo la teoría que sus madres debían haber estado locas para tener un hijo con un alemán. Pocos de estos niños fueron adoptados, así que la mayoría no abandonaron los orfanatos hasta hacerse mayores de edad.

La vida de la mayoría de estos niños fue realmente dura. Violaciones, acoso en la calle y en la escuela, eran moneda corriente. Hay innumerables testimonios de estos niños que detallan estos maltratos, por ejemplo, los niños de la guerra del orfanato de Bergen fueron sacados a desfilar para que la gente los azotara y escupiera. A otros les arrojaron ácido en la piel para “quitarle su olor nazi”.

Al acabar la guerra el gobierno noruego llegó a barajar la idea de deportar a los niños a Alemania, pero los aliados la vetaron. Un periódico noruego expresó el temor de que los niños Lebensborn “tengan el germen de algunas de las características masculinas típicas alemanas que el mundo ha visto más que suficientes”.

Un destacado psiquiatra informó que una gran proporción de los 8.000 niños (registrados oficialmente) deben portar genes malos y, por lo tanto, sufrirían retraso mental. Como resultado, cientos de niños fueron encarcelados por la fuerza en instituciones mentales. Aquí a menudo eran maltratados, violados y les fregaban la piel hasta que sangrara.

Años más tarde el gobierno volvió a considerar la misma idea de la deportación, pero esta vez la idea era llevarlos junto a sus madres a Australia, aunque finalmente tampoco se concretó. El asunto fue cayendo en el olvido, llegando a ser desconocido para una gran parte de los noruegos.

Hasta que una hija de ese atroz proyecto nazi se hizo famosa y denunció la verdad de los hechos.

En el medio de esta historia debe hacer su entrada el personaje principal.

Durante los años ’70, Abba se convirtió en una revolución musical en el mundo entero. El cuarteto sueco lideró la música pop desde que ganó el Festival de Eurovisión en 1974 con el tema Waterloo.

De allí en más, el conjunto vendió 400 millones de discos en todo el mundo. Y una de las dos vocalistas del cuarteto era Anni-Frid-Synni Lyngstad, más conocida como Frida, hija de un soldado nazi y una mujer noruega. Ella también es una niña Lebensborn.

Frida nació en Ballangen, Noruega, cinco meses después de terminar la Segunda Guerra Mundial, como resultado de una relación entre Synni Lyngstad, su madre, con el sargento alemán Alfred Haase. Es uno los más de 8.000 niños también conocidos como “tyskerbarnas” (“bastardos de los alemanes”), otro de los tristes apodos que les dieron a los nacidos dentro del Proyecto Lebensborn de perfeccionamiento de la raza aria.

Poco después de su nacimiento finalizó la Segunda Guerra Mundial y tanto su madre, Synni, como su abuela, fueron tratadas de traidoras y tuvieron que mudarse a Suecia, donde tuvieron que afrontar penurias de todo tipo. Synni moriría pocos años después, dejando a la futura cantante de Abba al cuidado de su abuela.

Después de una adolescencia solitaria y difícil y un matrimonio fallido, Frida decidió comenzar de nuevo en Estocolmo en lo que quería ser: cantante. En la capital sueca conoció al que sería su segundo marido y también integrante de Abba, Benny Andersson.

Entre 1973 y 1981, ABBA fue furor mundial. Vendieron discos a rabiar y su poder era tan grande que se lo colocó en el segundo puesto en Suecia como grupo económico, solo superados por Volvo.

El grupo entró en crisis cuando las dos cantantes y los dos integrantes masculinos del grupo, que eran matrimonios, comenzaron con sus crisis de parejas.

En 1981 Frida, que había denunciado el proyecto Lebensborn, se divorció de Andersson (se habían casado en 1978) y recién volvería casarse otra vez en 1992, esta vez con Su Alteza Serenísima el Príncipe Heinrich Ruzzo Reuss Von Plauen, un miembro de la familia real alemana con más de un milenio de abolengo a sus espaldas.

Frida pasó a ser Su Alteza Serenísima la Princesa Anni-Frid Reuss, condesa de Plauen. En 1999 quedó viuda, y hoy a los 74 años vive en la estación de esquí suiza de Zermatt y posee una fortuna valorada en 250 millones de dólares, una de las mayores de Suiza. No tiene vida pública salvo su aparición en alguna gala benéfica. Se dedica a obras de caridad, en especial, temas ambientales y la prevención de drogas.

Gracias a ella se conocieron las desgarradoras historias de otros chicos del proyecto Lebensborn, que salieron a contar sus historias, como Paul Hansen, que merece con sus palabras, cerrar esta nota.

“Nací en una casa de Lebensborn en 1942 y mi madre me dejó allí. Más tarde supe que después de la guerra, una delegación del gobierno vino a la casa para decidir qué hacer con los 20 niños de la guerra, incluido yo, que habían quedado allí. Estábamos en fila y el médico dijo que nos llevaría. Resultó que él era el jefe de una institución mental. No hubo pronóstico médico detrás de su decisión. Eramos niños de guerra, y por lo eramos “retrasados” debido a nuestra paternidad. No hicieron ningún esfuerzo por rastrear a ninguno de los miembros de nuestra familia, simplemente nos encerraron con niños tan enfermos que algunos eran incontinentes e incapaces de alimentarse. Yo tenía cuatro años.

Cuando fui liberado, había perdido cualquier posibilidad de una educación adecuada y durante los años siguientes fui de un hogar a otro.

Finalmente me enviaron a una escuela especial para niños con discapacidades de aprendizaje y enfermedades mentales. Esta fue la única educación formal que recibí. Los niños de guerra fueron segregados del resto de la escuela. No se nos permitió ningún contacto con la comunidad externa. Luego me trasladaron a otra institución mental, donde finalmente tuve la edad suficiente para salir. La gente de allí me ayudó a conseguir un trabajo en una fábrica. Mis colegas solían burlarse de mí sin piedad hasta que un día me puse de pie y les conté lo que me había sucedido. Nunca más se burlaron de mí y me quedé allí durante 17 años.

Ahora trabajo como limpiador y conserje en la Universidad de Oslo. Por mucho que duela hablar sobre mi pasado, lo hago porque es importante que la gente sepa lo que nos pasó. Pasé los primeros 20 años de mi vida en instituciones mentales solo porque mi padre era alemán.

Nunca nos libraremos del estigma, no hasta que estemos muertos y enterrados. No quiero ser enterrado en una tumba; quiero que mis cenizas sean esparcidas por los vientos, al menos, entonces, ya no molestarán más”.

Con información de El Nacional

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