La desgarradora historia del basquetero ex vinotinto que hace de todo como inmigrante (+Foto)

Imagen referencial. Fuente: Foul y Vale

La migración implica dar un vuelco a la forma de ganarse la vida. Cuando aterrizas en otro país, pocos conocen tu pasado. Sí, hay excepciones, pero a la mayoría le toca ir al final de la fila a esperar la oportunidad en la actividad que esté disponible. Te conviertes en uno más, sin importar si antes eras ingeniero, abogado o basquetero profesional, como es el caso del venezolano José Bravo.

El ala-pívot debutó en la Liga Profesional de Baloncesto de Venezuela (LPB) con Gaiteros del Zulia en 2008 y siempre tuvo equipo en los siguientes diez años. Formó parte de la selección nacional de su país en tres torneos internacionales (2011, 2012 y 2017), y también ganó el título en la LPB con Marinos de Anzoátegui (2014). Sin embargo, la crisis socioeconómica lo obligó a emigrar con su esposa e hijo. “Mi hijo tenía un año y era la razón que me apremiaba a salir del país. No podía darle calidad de vida, teniendo dinero no conseguía comprarle leche y pañales”, recordó vía telefónica.

Chile y EE.UU. eran sus opciones. La primera quedó descartada luego de que el Club Deportes Puente Alto, de la segunda división austral, le ofreciera en 2017 un contrato de cinco meses; aunque sabía que después de ese tiempo debía buscar empleo fuera de su profesión. “Me tocó pararme a las cinco de la mañana y tomar un bus para ir a trabajar en un depósito de una reconocida tienda chilena por departamentos. El primer día que me vi en el espejo con botas de seguridad y uniforme me dije: ‘Bienvenido a la realidad’. Por mi altura, mis compañeros de trabajo pensaban que era jefe. Acá he hecho de todo, desde mudanzas hasta turnos de vigilancia”, explicó.

Bravo llegó tarde al baloncesto, a los 17 años de edad, mientras cursaba estudios universitarios en Barquisimeto. Apenas cuatro años después debutó con Gaiteros en la principal liga de Venezuela. “Eso me ayudó a mantener los pies sobre la tierra. El que está en el mundo del baloncesto entra en una burbuja muy bonita: vives en hoteles y tienes todas las comodidades a la mano, pero siempre mantuve la conexión con la realidad. Cuando tienes familia todo lo demás pasa a un segundo plano, por eso no fue dura la decisión de irme del país y luego trabajar fuera del baloncesto”, aseveró.

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El trujillano pudo retomar el básquet a tiempo completo en 2019. Junto con un amigo creó un equipo para participar en un torneo amistoso en el Club Deportivo Sergio Ceppi. Se desempeñó como técnico y salió campeón. De esta forma llamó la atención del presidente de la institución que albergó el cuadrangular. “Me propuso que encabezara un proyecto de plan de altura. La idea era buscar jóvenes altos y desarrollarlos. Obviamente acepté”.

A Bravo le asignaron la categoría sub-13 y en su primer juego recibió una paliza de 60 puntos.

“A mi grupo le faltaba mucho roce, así que debí instruirme. Tengo el conocimiento de básquet; pero no el pedagógico, a pesar de que me gusta enseñar. Empecé a buscar material bibliográfico de la Confederación Argentina de Básquetbol y eso me ayudó. Nueve meses después disputamos un torneo y ganamos todos los partidos hasta que en la final nos tocó enfrentar al mismo que nos dio una paliza en mi debut (Universidad de Chile). Perdimos por apenas dos puntos. Fue una experiencia gratificante haber salido subcampeón”.

Paralelo a este proyecto, también vestía la camiseta de Sergio Ceppi en la segunda división chilena. Sin embargo, en febrero le informaron que, por problemas económicos, no podían pagarle el salario. Después de ese contratiempo jugó varios torneos cortos en el sur de Chile y hasta fue supervisor de remodelaciones de apartamentos, con 12 personas bajo su cargo.

Con la llegada de la pandemia de la COVID-19, Bravo consideró que lo mejor era trasladar a su familia desde Santiago hasta la localidad de Rancagua.

Sin la posibilidad de ganar dinero con el baloncesto hasta nuevo aviso, el ala-pivot no se queda de brazos cruzados: sale a la calle a vender empanadas. Lo reconoce sin complejos. “Desde pequeño me enseñaron que el trabajo dignifica. No me da pena. Me ha tocado salir a vender cualquier cosa”, reconoció el jugador de 34 años de edad.

La palabra de Dios en medio de un secuestro

Si Bravo tenía alguna duda sobre volver a Venezuela, un mal rato en 2018 despejó cualquier indecisión. Regresó al país para disputar otra temporada con Bucaneros de La Guaira y, durante un receso en el calendario se trasladó a Maracaibo, donde tenía su domicilio, para buscar su automóvil. De vuelta a la capital, tras pasar el emblemático Puente sobre el Lago, fue secuestrado.

Intentaron robar una camioneta que estaba delante de mí, pero se pudo escapar. Entonces me abordaron y me pusieron en el puesto de atrás con la cabeza al piso. Eran ocho personas con armas de guerra. Me llevaron a un descampado y luego apareció el líder de la banda pidiéndome disculpas, que algo salió mal, que no era conmigo. Me dijo que me soltarían cuando le quitaran los dispositivos satelitales a mi auto”.

Bravo detiene su relato, respira y confiesa que se inquieta al recordar los pormenores de aquel día. Toma fuerza y continúa:

“Por suerte no me amarraron, incluso hasta me dieron comida y me asignaron un escolta. Fueron cinco horas aproximadamente. Con mi esposa asisto a una iglesia evangélica y en ese momento me di cuenta de que ellos eran los que necesitaban ayuda. Les empecé a hablar de Dios y cuando me di cuenta, estaba hablando con doce de los que estaban ahí. Varios me dijeron que eran profesionales y la necesidad los llevó a ese mundo. En mi auto consiguieron la camiseta de la selección, se la pusieron y me dijeron que posara con ellos para unas fotos. Me pedían que sonriera, pero no podía. Era un momento muy incómodo”.

Finalmente llegó la hora de la liberación. “Me montaron en mi auto –le habían dicho que se lo devolverían pero no lo hicieron- y me dejaron a pocos metros de la carretera nacional Lara-Zulia. Tuve que cerrar los ojos y contar hasta diez hasta que se fueran, pensé lo peor en ese instante. Luego pedí la cola en la autopista y se detuvo un señor que generosamente me llevó de vuelta a Maracaibo. No permití que esta situación me ahuyentara inmediatamente, quise terminar mi compromiso con Bucaneros y así lo hice. Pese a todo esto, quiero regresar a jugar en algún momento”, soltó.

Bravo detiene la conversación, que se extendió por más de una hora, y avisa que debe cortar. La familia estaba reunida y, por supuesto, debía estar presente. Todo lo demás pierde importancia, como cuando le tocó vestir otro tipo de uniforme, el de obrero. Al trujillano no le importó darle un vuelco a su vida profesional para asegurar el sustento de su hogar. De eso se trata la migración.

José Bravo en un juego Venezuela-España

Con información de Foul y Vale

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