Alfredo Duque, el joven que perdió un ojo por un perdigonazo de la PNB
La vida de Alfredo Duque cambió a causa de la violencia con la que la Policía Nacional Bolivariana intentó disolver la protesta que se dio la noche del 3 de junio en los Jardines de El Valle. Su percepción espacial ya no es la misma, es común que tropiece cuando entra al ascensor, que se agarre con fuerza para bajar las escaleras y que falle al echar la crema de dientes sobre el cepillo a pesar de creer que está apuntando correctamente.
Un perdigonazo le vació el ojo derecho.
Ese día, la Mesa de la Unidad Democrática había convocado la “marcha de las ollas vacías” contra el gobierno de Nicolás Maduro, que tenía como destino El Valle. La manifestación fue dispersada en Montalbán, el punto de salida pero, de todos modos, los vecinos de los Jardines de El Valle decidieron plantarse en las calles 9, 10, 11 y 14.
Alfredo había ido a un edificio cerca para ver un partido del Real Madrid. “No he ido a marchas, aunque estoy de acuerdo con la lucha, porque trabajo para enfermos y a ellos no se les puede fallar”, refiere. Es licenciado en Recursos Humanos y Coordinador Social de Bienestar Social en el Hospital de Clínicas Caracas.
Extrañamente, dice él, ese sábado llamó a su mamá más veces de lo normal. Desde mediodía mantuvo contacto constante con ella. No es supersticioso, pero cree que esas cartas de su destino ya estaban echadas.
“Cuando se armó la protesta fuerte, incluso pensé en quedarme en casa de mi amigo, pero finalmente me regresé a mi edificio. Había unas 100 personas en la calle 11, donde está mi casa, y la PNB disparaba muchas lacrimógenas”, cuenta.
Al llegar a la planta baja de su residencia, vecinos le insistieron en que saliera unos minutos a la calle para ver lo que ocurría. No recuerda bien por qué, pero accedió.
Cuando el hostigamiento de la policía, que subía desde la avenida Intercomunal, se hizo más violento Alfredo corrió.
“Mi error fue que en vez de ir media cuadra hacia mi edificio, me escapé por la parte de atrás y como una cuadra y media más adelante me encontré de frente a la PNB”.
De pronto, sintió que algo le daba en el ojo. No le dolió, recuerda. Simplemente sintió un impacto, se llevó las manos a la cara y se dio cuenta del chorro de sangre que brotaba de sus párpados.
“Unos muchachos me vieron y yo, así está la situación del país, les pedí que no me robaran. Ellos obviamente no eran ladrones y más bien me trajeron hasta el edificio”.
Su familia lo trasladó a Clínicas Caracas. El centro no contaba con un oftalmólogo de emergencia, por lo que tuvo que ir al Hospital Universitario de Caracas para una primera revisión.
Luego de un curetaje rápido, lo devolvieron al centro privado pues el hospital no tenía los equipos necesarios para revisar si tenía daños en alguna otra parte del cuerpo.
“En la clínica me dijeron que perdí el ojo, los vasos de abajo y me tuvieron que limpiar para no contaminar el otro ojo”.
Ahora tiene un implante provisional para evitar que la cavidad ocular pierda su forma y debe esperar al menos seis semanas para que el área se desinflame y cicatrice.
“Es como que estaba escrito que esto me iba a pasar. Como la gente que se despide 15 veces en una fiesta, los otros terminan preguntándoles cuándo es que se van a ir y al final se estrellan en la autopista”.
Aferrarse a lo bueno
El perdigón que le quitó el ojo no ha podido arrebatarle el entusiasmo. Dentro del drama que atraviesa, es optimista.
Habla con emoción del día en el que por fin pueda mandar a hacer su implante definitivo en la Clínica González Sirit.
“Cuando fui a la primera consulta me encontré con un muchacho de Barquisimeto que también perdió el ojo en una protesta. Vi cómo quedaba y se ve muy real”, relata el hombre.
Su familia sí ha lidiado con la preocupación de saberlo discapacitado. Su hermana le aplica todos los días las lágrimas artificiales que necesita de por vida y sus amigos se organizan para ayudarlo a correr con los gastos que se generaron tras su intervención.
“No me acostumbro a que mi hermano estaba bien ayer y hoy no tiene un ojo”, dice su hermana menor, Andreína.
Clínicas Caracas corrió con la mayor parte de la cuenta, y sus deudas hospitalarias ya fueron saldadas. Pero todavía debe gastar 2.300.000 bolívares en el implante y al menos 900.000 bolívares en los lentes especiales que necesitará.
Además de eso debe cambiar su vida. Ya no puede sumergirse en la playa ni en la piscina. Iba a practicar paddle y cree que no podrá hacerlo porque sus ojos no pueden estar contacto con el agua salada. Manejaba una moto que tendrá que dejar estacionada por algún tiempo, al menos mientras recobra su agilidad espacial.
Su buen humor, asegura, se debe a que está vivo. “La doctora me dijo que si me hubieran disparado desde más cerca, me hubiera podido llegar al cerebro y me hubiera podido matar”.
Desde ese episodio, los vecinos de los Jardines de El Valle siguen siendo partícipes de la protesta y víctimas de la represión.
“Aquí es cacerola todos los días. Yo no siento que haya tanto chavista como se cree. Si bajas a la panadería, ves también a la gente del barrio quejándose, no les llega gas y tienen que cocinar con leña, no hay comida”.
El miedo, sin embargo, no se le quita. Las manifestaciones seguirán sin contar con su presencia. Ahora solo le queda un ojo para cuidar.
Fuente: El Estímulo