Del “no votaría más por ellos” al “soy feliz en la revolución”: así se ve la crisis desde Maracaibo
Nelson Díaz vende gorras y banderas con el tricolor de Venezuela explayado sobre su silla plástica en una esquina del norte de Maracaibo. Caza clientes a 20 metros de la Plaza La República, uno de los bastiones de las protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro.
El frenesí político es positivo para el negocio. La mercancía, guindada sobre una cuerda tendida entre un poste eléctrico y un árbol, es la apetencia del momento.
“La crisis está difícil. Lo que gana uno se va en un dos por tres”, cuenta el hombre moreno, de 62 años, residente del populoso sector San Jacinto.
Lanza ofertas zambullido “en la candela”.
Hace dos semanas, esquivó la muerte en ese lugar: cayó al piso tras chocar con un joven cuando la Guardia Nacional Bolivariana dispersó la masiva manifestación del miércoles 19 de abril; y, mientras yacía en el asfalto caliente, una bomba lacrimógena pasó rasante a centímetros de su cabeza.
“Hubiera quedado pegado ahí mismo (muerto) si me hubiera agarrado”.
Nelson es un chavista arrepentido. Rechaza a rajatabla la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente comunal de parte del jefe de Estado.
“Este ha sido el peor Gobierno que he visto. Ese (mandatario) ya no gana más. El pueblo está cansado de tanta necesidad. No votaría más por ellos ni que volviera a nacer”.
Cambio o hundimiento
Maracaibo es el corazón de una región calurosa, de agente afable y dicharachera, rica en petróleo. Hasta 2012 resistió las tentaciones del chavismo: Francisco Arias Cárdenas, ex compañero de armas de Hugo Chávez en el intento de golpe del 4 de febrero de 1992, ganó entonces la gobernación.
La crisis ha echado raíces. El contrabando y la reventa con sobreprecios de alimentos, medicinas y productos varios son un estigma que se agrava a diario.
El precio del kilo de carne de primera, por ejemplo, roza los 15 mil bolívares en una entidad históricamente millonaria en tierras agrícolas y ganado.
El Estado, entre 2008 y 2009, expropió 118 empresas petroleras en la Costa Oriental del Lago y decenas de haciendas en el Sur del Lago y Perijá. Devolvió al menos 10 de ellas a sus dueños, hace tres años, admitiendo fallas de producción.
La Cámara de Comercio reportó la semana pasada que 56 % de las empresas en Maracaibo ha reducido sus nóminas por la crisis.
Solo en 2015, cerraron 100 mil empresas y negocios y se redujeron 500 mil puestos de trabajo en una ciudad de 1,7 millones de residentes.
“Estoy flaca y enferma. Me quemé las pestañas trabajando por 30 años para morir pobre”, solloza Dalia Rivas, una educadora jubilada de 59 años.
Sentada sobre una losa, entre la arena de la plaza Bolívar, califica su sueldo de “miseria”. Nunca votó por Chávez ni su revolución. Menos respaldará una Constituyente en estos tiempos.
“O esto cambia o nos hundimos”.
Desunión y violencia
Las recientes manifestaciones en contra de Maduro se han concentrado en el norte y el centro de Maracaibo. Las convocatorias, si bien masivas, no han tenido la corpulencia ni la intensidad de las realizadas en Caracas.
La división de la Mesa de la Unidad Democrática zuliana es la razón. La plataforma tiene dos directivas desde febrero: una integrada por partidos como AD y Un Nuevo Tiempo; y otra, conformada por toldas como Primero Justicia y Voluntad Popular.
La oposición suma 12 marchas, cerca de 100 arrestos y 13 heridos de gravedad en Maracaibo en un mes de protestas.
Pero ambas delegaciones de la MUD han llegado a convocar actividades a la misma hora, aunque en lugares distintos. Ocurrió este Primero de Mayo: unos marcharon hasta la Plaza de La República; otros se concentraron en los tribunales del centro.
Emerson Blanchard, coordinador de las agrupaciones lideradas por Acción Democrática y UNT, admite la fractura y la atribuye a los “intereses de cargos y liderazgos” a futuro.
Manuel Tinaure, un hombre de 64 años dedicado a la venta de periódicos, resume el conflicto político de la oposición en un vocablo local, vulgar: “aquí hay un verguero”. Un desorden.
Feliz en revolución
“Soy feliz, paz y trabajo”, reza la pancarta que Marisol Márquez, abogada, improvisó con cartón y marcador negro para marchar el Día del Trabajador en el centro de Maracaibo.
No entiende “la psiquis negativa” que la oposición ha impuesto, a su juicio, sobre Venezuela. Para ella, no hay hambre en las calles ni escasez de medicinas.
“Me he sentido feliz en la revolución. Esa (crisis) es una realidad que no existe”.
Mientras come una mandarina, jura fidelidad al chavismo en cualquier arena electoral, llámese Constituyente, regionales, municipales o presidenciales.
La directiva local del Partido Socialista Unido de Venezuela expresó su apoyo “irrestricto” a la iniciativa presidencial.
Luis Caldera, alcalde de Mara, estima que el mayor número de “constituyentistas” deben ser representantes de Zulia, ya que simboliza el 13 % de la población nacional.
El alcalde Hébert Chacón, del municipio Guajira, aplaude la convocatoria como una solución al “juego trancado“.
Admite a BBC Mundo que espera que una nueva Constitución no lapide los derechos indígenas conquistados en la Carta Magna de 1999.
“Hay que ver cómo es ese asunto”, subraya, con menor convicción, José Morales, licenciado en Educación, bajo una enramada frente a la Catedral de Maracaibo.
Valora la propuesta como “una solución política viable” a la crisis, pero le disgustaría que solo la mitad de los constituyentes sean electos por voto directo.
“Esto debe ser una verdadera democracia”.
Es lo que los politólogos llaman un chavista light.
Terrorismo y catástrofe
“Esto está feo”.
Jesús Semprún se queja de la crisis económica recostado sobre sus muletas. Aprieta en su mano un puñado de billetes arrugados.
Perdió su pierna derecha por culpa de una diabetes pobremente tratada. Vive de las limosnas que recolecta en la avenida Padilla, uno de los campos de batalla entre manifestantes, policías y militares.
La protesta -a un par de cuadras de distancia- ha escalado. Las secretarías regionales de Gobierno y de Seguridad han reportado “ataques terroristas” de la oposición contra oficinas de la Casa del Abuelo, el Instituto Regional de Deportes, Auditoría y el Centro Rafael Urdaneta.
Los disturbios, así como trancas de calle, se han agudizado en La Plaza de La República, la prolongación de la Circunvalación Dos, la autopista Circunvalación Uno, las avenidas Padilla y Delicias (norte y centro).
En las ocho parroquias del oeste, históricamente inclinadas al chavismo, las protestas son quimera.
“Ojalá que sigan protestando, para ver si este gobierno cede”, opina Luis Villegas. Gana 50 mil bolívares al día (12,5 dólares en el mercado negro) decorando con yeso casas y apartamentos.
“Solo me alcanza para comer. No voy a votar por nadie. Será que Dios baje y solucione esto”.
Jesús, el limosnero de pelo gris y ánimo simpático, comparte su opinión. Su idea contra la crisis suena a eslogan de campaña: “Dios y voto”.
Nunca ha sufragado. En las próximas elecciones -Constituyente o no- promete debutar.
“Ya tengo mi cédula (obligatoria en Venezuela para sufragar). Hay que salir de este gobierno”.
Ricos en desencanto
Carmen -señora morena, delgadísima y de baja estatura, de 78 años- vende caramelos de jengibre a 200 bolívares la unidad, recostada a una verja del centro de Maracaibo.
Ella confió en Hugo Chávez. Hizo “muchas cosas buenas”, dice. Hoy está secuestrada por el desencanto. No participará en ninguna otra elección.
“Ahorita todos vienen con la misma intención de robar”.
No quiere más engaños. Tampoco desea posar para la cámara. La única foto que le ha gustado, acota, es la que aparece en su cédula de identidad.
El periodista quiere comprarle caramelos. No tiene suficiente dinero en efectivo -el Gobierno aún no autoriza a los bancos a distribuir en Zulia los billetes del nuevo cono monetario-.
-Solo tengo 400 bolívares. Deme dos, por favor.
-No se preocupe, joven. Tome tres.
Carmen es pura bondad.
“Si la oposición agarra el Gobierno, esto va a ser peor. El problema no es Venezuela; somos los venezolanos, que no sabemos administrar“.
Vuelve a ofrecer sus dulces a los transeúntes.
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