“Qué hacer frente a las dictaduras: el increíble caso de Venezuela”, artículo de Carlos Sabino

Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela | Foto: @PresidencialVen

Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela | Foto: @PresidencialVen

Tras la tensión política que se vive en Venezuela, y que arreció luego de que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) decidiera asumir las funciones de la Asamblea Nacional (AN), el sociólogo y escritor venezolano, Carlos Sabino, publicó un artículo en el que aborda los posibles escenarios que se presentan en el país ante lo que considera es un gobierno dictatorial, y la salida para el mismo.

A continuación texto íntegro del artículo

No se trata de averiguar si en Venezuela existe o no, ahora, una dictadura: los hechos son contundentes y además, públicos y notorios. Cuando se cancelan las elecciones sin motivo y, de paso, no se da ninguna fecha para volver a realizarlas, cuando se propone eliminar los partidos políticos y se anulan todas las facultades del congreso, cuando hay presos políticos y se viola sistemáticamente el derecho de propiedad, no hay duda de que estamos frente a una dictadura.

El problema no es, entonces, definir el tipo de régimen que hoy padecen los venezolanos o entrar en sutilezas acerca del carácter más o menos comunista, fascista o simplemente mafioso del actual sistema, sino el de encontrar los medios para acabar con una situación que afecta no solo a ese país, sino a todo nuestro continente.

La Organización de los Estados Americanos, la OEA, está ahora tomando cartas en el asunto. Ya son 20 países –entre ellos, todos los más importantes de la región- los que han manifestado su alarma por lo que ocurre en el país sudamericano y reclaman una salida negociada y pacífica a la situación, que incluye la convocatoria a elecciones y la liberación de los presos políticos.

Por primera vez en muchos años esa organización regional se ha pronunciado con firmeza, casi seguramente porque la nueva administración de los Estados Unidos ha cambiado por fin la postura de pasividad y tolerancia que tenía durante la presidencia de Obama y por la decidida postura de Luis Almagro, su secretario general.

Pero las iniciativas diplomáticas, por mejor intencionadas que sean, no son suficientes para acabar con un régimen como el venezolano, que se aferra desesperadamente al poder porque sabe el destino que les aguarda a sus dirigentes en caso de que abandonen el mando. Al contrario, me parece que los diálogos, las declaraciones y las reuniones internacionales resultan a veces útiles a los dictadores para distraer la atención sobre los problemas reales de sus países y para ganar tiempo mientras se van consolidando en el poder.

Las dictaduras acaban por alguna de las siguientes tres vías: la primera, que hay que descartar en este caso, cuando los gobernantes abandonan el poder voluntariamente al constatar que ya no tienen suficiente apoyo o consideran cumplida su misión; la segunda, por medio de un golpe militar –con mayor o menor apoyo civil- que los depone por la fuerza; la tercera, cuando la resistencia cívica llega a tal punto que se ven acorralados y tienen que ceder, ante la imposibilidad material de mantenerse en sus cargos.

No parece posible, dada la corrupción reinante entre los altos mandos, que los militares venezolanos tengan los suficientes incentivos como para abandonar las cómodas posiciones que hoy disfrutan. Saben que la población del país los repudia, que no será automático el apoyo internacional que puedan recibir y que pasarán a dirigir un país que vive la crisis más profunda de toda su existencia, crisis que es no solo económica y fiscal, sino también política y moral. Siempre he pensado que los militares de ese país solo estarían dispuestos a pasar a la acción ante una situación de total y absoluta ingobernabilidad.

La resistencia cívica, por otra parte, requiere de un liderazgo que hoy, por desgracia, no existe en Venezuela. La oposición del país, absolutamente pacífica y legalista, no tiene ni la claridad política ni la decisión necesarias para emprender una lucha que rebase los marcos que le ha trazado la misma dictadura, por lo que actúa reactivamente, sin iniciativa propia y, lo que es peor, sin desafiar realmente al régimen. Porque de nada vale pedir, protestar y quejarse frente a quienes desprecian por completo las libertades y el orden institucional, frente a unos gobernantes dispuestos a todo –a todo, sin exageración- para mantenerse en el poder.

No veo, por lo tanto, una salida próxima a la crítica situación que hoy viven los venezolanos. Acepto que las presiones internacionales son importantes y que pueden ayudar mucho en los actuales momentos, pero no creo que por sí solas puedan acabar con un régimen que se ha consolidado durante casi veinte años. La solución pasa por la movilización interna, por un cambio de liderazgo y de actitud por parte de la ciudadanía y de la oposición. Pero eso, con realismo, es algo que todavía no parece próximo o inminente.

Sirva este desgraciado caso para ilustrar a todos los pueblos de Latinoamérica el callejón sin salida al que pueden llegar cuando eligen o aceptan a quienes desprecian las libertades y las instituciones republicanas.


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