Esta es la industria más contaminante después de la petrolera
Aún no has desayunado y probablemente ya estás contribuyendo al deterioro del medioambiente.
Si lo que te pusiste está hecho con poliéster -la fibra más usada para hacer ropa en el mundo, por lo que cada año se usan 70 millones de barriles de petróleo en ella-, tardará más de 200 años en descomponerse, según los expertos.
Si tu atuendo está hecho con rayón, viscosa o lyocell (tencel), que son artificiales pero hechas a partir de celulosa, la cifra es nuevamente 70 millones pero esta vez de árboles que se usan para producirlas cada año, de manera que tienen que ser talados.
Pero si eres de los que sólo usan telas de fibras naturales como el algodón, resulta que este es el cultivo que más consume plaguicidas: 24% de todos los insecticidas y 11% de todos los pesticidas del mundo, que afectan la tierra y el agua.
Incluso si es algodón orgánico, puede haber necesitado más de 5.000 galones de agua hacer tu camiseta y tu par de jeans.
Esa es parte de la razón por la que la moda ocupa el poco honroso segundo puesto en la liga de las industrias más contaminantes.
Sólo parte, porque hay más.
Usar y tirar
La seducción de la moda es casi irresistible; incluso quienes dicen ignorarla adquieren prendas que los marquen como miembros de la tribu que la rechaza.
Pero quizás lo más dañino es la llamada “moda rápida”, que se ha instalado en los últimos tiempos gracias a un sistema en el que los políticos asocian el patriotismo con las compras, los publicistas ofrecen sin tregua lo que nadie les pide por cada vez más medios de comunicación y los empresarios encuentran maneras de producir sin casi pagar.
En esas sociedades, tan expertas en consumir y tan ansiosas por comprar, usar y botar, el daño se multiplica agregando varios ceros en las estadísticas.
Calculan que…
1 prenda de “moda rápida”
- que usemos menos de 5 veces
- y tiremos a los 35 días
- produce más de 400% emisiones de carbono
- que una que usemos 50 veces y tengamos por 1 año
Por supuesto que, como ocurre con este tipo de datos, todos son estimados. Pero es cierto que la manufactura textil convencional le pasa una alta cuenta de cobro tanto a las personas que trabajan en ella como a la Tierra.
La cadena es larga y los problemas surgen en casi todas las etapas del proceso: desde las semillas -que a menudo son genéticamente modificadas, lo que le cuesta más a los agricultores-, hasta los residuos tóxicos (que afectan hasta el equilibrio hormonal de los animales)… y eso antes de que las prendas sean transportadas al otro lado del mundo.
Es por ello que algunos se refieren a ello como “el sucio secreto de la ropa”.
El mundo es grande
“Nosotros no sabíamos todo eso cuando empezamos; nos fuimos enterando a medida que formábamos la empresa”, le dijo a BBC Mundo Juan Diego Gerscovich, quien con sus hermanos fundaron Industry of All Nations (IOAN), o Industria de todas las naciones.
La describen en su sitio web como una firma de “diseño y desarrollo fundada con el compromiso de repensar los métodos de producción de bienes de consumo”.
A la idea de hacer “ropa limpia” llegaron por otra vía.
“Lo que yo y mis hermanos nos dimos cuenta fue que en un mundo tan grande, casi todos los productos se hacían en dos o tres países de Asia. ¿Por qué? La única razón es porque es más barato hacerlo ahí”.
Ese modelo comercial no les pareció sostenible.
“IOAN, como su nombre lo dice, existe para regresar las producciones a los productores originales, volver a la fuente”, señala Juan Diego.
Fue cuando empezaron a visitar otros países que notaron el efecto negativo que tenía para el medioambiente.
“Sonó la alarma”
Los hermanos, que son argentinos pero viven en Los Angeles, Estados Unidos, empezaron haciendo alpargatas en su país natal, trabajando con una fábrica que las producía hacía 120 años.
“Era sostenible sin saberlo, porque eran de yute y algodón. Producían un millón de alpargatas. Lo único que hicimos fue cambiarle los cordones -pues les ponían sintéticos porque eran más baratos-, para que fueran de algodón, darles unos diseños y ponerle la marca de la compañía”.
Pero fue con el segundo producto que querían hacer que “sonó la alarma de la contaminación de la moda”, según cuenta.
La idea era producir jeans, pero “cuando empezamos a investigar el denim o mezclilla nos dimos cuenta de que se trataba de una cuestión muy tóxica“.
“Concluimos que para hacerlos como vimos que se hacían… mejor nos dedicábamos a otra cosa”, recuerda.
En busca del origen
Tras una charla con el propietario de una marca conocida de jeans en Argentina, quien le dijo que no sabía de ningún lugar en el que se produjeran los jeans como originalmente se hacía -con algodón orgánico e índigo, un tinte que se obtiene de la planta Indigofera tinctoria-, Juan Diego se sumergió en la web para comprobar si era cierto.
Eventualmente, encontró un pequeño lugar en el sur de India, llamado Auroville, donde llevaban años investigando cómo revivir la industria del teñido natural.
“Era una industria muy importante y arraigada a la cultura india pero la Revolución Industrial trajo los tintes químicos y la industria del teñido natural desapareció… era mucho más económico y rápido con los métodos modernos”.
El proceso natural, en este caso y muchos otros, requiere de muchísimo más tiempo e inversión “pero es muchísimo menos agresivo para el medioambiente”.
Fueron los jeans los que los llevaron por el camino de la “ropa limpia”.
No sólo los tiñen como antaño sino que “entrenamos a un grupo de tejedores, pues no sabían hacer denim. Ha sido un intercambio cultural para poder volver a hacer un producto noble”.
Más que un negocio
Luego llegaron otros productos, como suéters de alpaca de Bolivia, “sin teñir”, resalta.
“Ahora, la cooperativa que los hace en Bolivia, conociendo nuestra filosofía, montó un pequeño laboratorio para empezar a desarrollar tintas naturales”.
Experiencias como esa empezaron a incorporarse a la idea original de los hermanos Gerscovich: no se trata sólo de hacer ropa sino de formar comunidad.
Y lo más importante, subraya Juan Diego, es que “como seres humanos tengamos un cambio de mentalidad: tenemos que empezar a consumir menos“.
Mientras eso pasa, IOAN, así como varias otras pequeñas empresas en distintos lugares del mundo, siguen haciendo lo suyo: tomándose el tiempo necesario para producir prendas que no hieran tanto a quienes las fabrican ni a su entorno, aunque -para ser sinceros- sí al bolsillo de quienes las compran.
Un par de sus jeans cuestan US$170.
“A medida que las ventas crezcan, lo que más queremos es reducir costos, pero jamás llegar a los niveles que tienen las grandes cadenas: esos costos son un invento. Están siendo irrespetuosos 100% con sus productores“.