Las cárceles de Venezuela y su proyecto de un “hombre nuevo”
Traficantes de droga, homicidas, ladrones o violadores siembran verduras, tallan guitarras y hornean pasteles en las nuevas cárceles de Venezuela, puestas en marcha por el Gobierno “socialista” con la intención de construir intramuros al “hombre nuevo”.
Aún está fresca la pintura sobre el mural en la entrada de la prisión de Mérida, a casi 800 kilómetros de Caracas, pintada por Esteban, un anciano que cumple una condena de más de 20 años por tráfico de 68 kilos de cocaína, y en el que se lee “El hombre que fui no es el hombre que soy”.
El Centro Penitenciario de la Región Andina (CEPRA), en una zona retirada del estado Mérida, fue la primera prisión tomada por el Ministerio de Servicios Penitenciarios Venezuela para implantar el nuevo régimen penitenciario, un modelo riguroso que busca borrar la patente de las violentas cárceles del país, uno de los de mayor criminalidad de la región.
Es una jaula gigante sobre una colina del caluroso poblado de San Juan de Lagunillas, en la que hombres y mujeres están separados por enormes paredes enrejadas entre las que solo se cruzan algunas miradas y algún piropo cuando las chicas suben a sus celdas en la colina más alta por el descampado de la escalera.
Esteban, que atribuye a su amor por las mujeres su entrada en prisión, recuerda el día en el que fue detenido en una alcabala cargado de cocaína, el 9 de noviembre del 2012: “4 años y tres meses y dos días”, recita contando la yema de los dedos.
Llevaba menos de un año entre rejas cuando se registró el último motín en esa prisión, en el que murieron cinco reos y otros 19 resultaron heridos. Es el último día de violencia que recuerda y que revivió en una pintura “del antes y el ahora”.
“La bestia se imponía por la fuerza”
“Cuando yo llegue acá, el más fuerte, la bestia se imponía por la fuerza”, relata el anciano para referirse a la violencia que se hizo patente en las cárceles venezolanas, centros de tráfico de armas, drogas y secuestros, controladas totalmente por prisioneros y custodios corrompidos.
Esteban, que es licenciado en Administración y estudió pintura en España con una beca del Gobierno venezolano hace casi 40 años, cree que los seres humanos “no estamos exentos de cometer un delito por tener una profesión, sino por no entender los valores éticos, morales y espirituales de la vida”.
“Es decir, aquí no se escapa nadie de venir tras las rejas por ser ingeniero, por ser abogado, por ser médico, por ser político, lo que te exime es tener el valor para poder convivir en la sociedad, para no hacerse daño a sí mismo y a los demás”, dice.
Esteban y los demás reclusos de la prisión visten de camisa y pantalón amarillo, usan el cabello rapado, y caminan en filas por los pasillos del penal. Tienen prohibido el uso de celulares, y sus tiempos libres se reparten entre el huerto, la carpintería, el salón de música y el patio donde se practica un orden estricto.
Ya no queda nada de las tardes de fiesta y las serenatas de vallenato en los pasillos por donde caminaban los reclusos con fusiles automáticos.
Los penales del nuevo régimen tienen inhibidores de señal, escáneres en las entradas que bloquean el ingreso de armas, drogas, equipos electrónicos y teléfonos celulares, un estricto régimen de visita y un sistema de cámaras vigilado desde el despacho del Ministerio en Caracas.
Sin embargo, el viejo modelo aún no ha desaparecido y todavía siete de las mayores penitenciarias del país funcionan al viejo estilo de las cárceles venezolanas, en el que los delincuentes controlan no solo las prisiones sino los poblados alrededor y manejan una red de extorsión y secuestros de tentáculos largos.
“El viejo modelo”
La ministra de Servicios Penitenciarios venezolana, la chavista Iris Varela, comenzó el proyecto de pacificación cuando asumió la cartera en 2011 y se ha comprometido a un plan de trabajo para alcanzar el 100 por ciento de las prisiones antes de 2020.
Esteban, que dice tener miedo de que la prisión vuelva a ser la misma de antes, apuesta a la dureza de la disciplina, porque cree que es “la única manera en que una persona cambie sus hábitos que lo han conducido a acciones fuera del marco de la ley”.
“Yo he aceptado este castigo bien merecido como un reto en mi vida, porque así yo haga 20 años aquí y pierda mi vida física no pagaré el daño que le estaba haciendo a la sociedad y eso lo entendí aquí”, dice.
Y cuando se le pregunta si realmente existe el “hombre nuevo”, enseguida contesta “claro que sí” y recalca: “existimos”.
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