El “bolichico” Alejandro Betancourt relata su acercamiento a Pdvsa
Lleva el pelo engominado y un discreto reloj suizo en su muñeca izquierda. De su camisa ceñida cuelgan unas gafas negras con lentes reflectantes de apenas 30 euros. Son las 8 y media de la mañana y su teléfono móvil ya tiene 16 llamadas perdidas. Tendrá que recargar su batería hasta tres veces en su jornada con Crónica. Su semana ha sido frenética. Ha pasado de compartir mesa con los apellidos más ilustres de este país a comerse un menú del día con cinco chavales de estética skater en un polígono industrial de Elche (Alicante). Capital del milagro de cinco jóvenes con ojo de halcón que comenzaron vendiendo alpargatas y que ahora quieren “comerse” al gigante Ray-Ban. Tanto como Alejandro Betancourt, el venezolano que ha liderado el fondo de inversión que les ha inyectado 50 millones de euros para que vuelen alto por la Gran Vía madrileña, los Campos Elíseos o el Soho neoyorquino. Para que extiendan la revolución Hawkers más allá de nuestras fronteras. Su hype.
Tiene 36 años y en su discurso de empresario de éxito no hay circunloquios. “Nos vamos a comer a Ray-Ban”, comenta Betancourt, recién nombrado presidente de Hawkers, desde el luminoso salón de su casa ubicada en una zona noble de Madrid. Es bisnieto del que fuera presidente de Venezuela, Hermógenes López, y no es fácil introducirse en su círculo de confianza, conformado por 12 personas. Su “equipo” que capitanea su esposa con una inteligencia abrumadora. Este hijo de músico no tiene ningún interés en aparecer en prensa. “No quiero figurar, llevo una vida discreta. Me han llamado de muchos medios, pero sólo te doy esta entrevista porque fuimos compañeros de universidad”, se justifica Betancourt mientras engulle unas tostadas con mermelada de frambuesa. Tiene prisa. Su agenda es parecida a la de un ministro. Pero él disfruta trabajando como un niño en su día de Reyes Magos. Es “un workaholic”.
Fue en Boston, su cuna universitaria, donde Alejandro comenzó a hacer sus pinitos en el mundo de los negocios. Era de familia acomodada, pero sin el poder suficiente como para adaptarse al nivel de vida de una ciudad con precios disparatados. El joven comenzó a vender entre sus compañeros de clase joyas diseñadas por su madre e incluso llegó a abrir una tienda en la ciudad norteamericana. Pero el dinero no estaba ahí. Estaba en el oro negro.
Su expediente le valió para entrar en una compañía especializada en la producción de petróleo. Sus buenos lazos con su tierra natal le granjearon el puesto de gerente comercial para Latinoamérica. Más tarde comenzaría a desarrollar trabajos para PDVSA, la petrolera pública venezolana. Eran tiempos de Chávez. Tiempos difíciles en los que numerosas multinacionales abandonaban sus inversiones por el miedo a la inseguridad jurídica.
“Vi cómo en Venezuela se estaban marchando muchas empresas relacionadas con la energía, el país seguía necesitando energía y entendí que era mi momento de entrar fuerte“, dice Betancourt, que fundó en 2003 Derwick Associates Corp. y consiguió once contratos públicos para la construcción de plantas termoeléctricas en Venezuela.
Su éxito no pasó desapercibido. Provocó incluso una disputa con un familiar que inició una guerra mediática por vincularle al chavismo. Incluso le llegaron a demandar en Estados Unidos. Los tribunales fallaron a su favor, aunque ya nunca se pudo quitar el apodo del bolichico.
-¿Usted tuvo que demostrar su apoyo a Chávez para conseguir sus primeros contratos?
-Mire, yo soy empresario, no me gusta mezclarme en cosas políticas. En aquella época, él era el presidente y cualquier empresario que se quisiese dedicar al sector de la energía tenía que contratar directamente con el gobierno. Ni siquiera tuve el placer de conocerle.
A Betancourt Venezuela le corre por las venas, pero rechaza hablar de política. “Me siento orgulloso de ser venezolano, pero es un país que hay que saberlo entender. Como país único tiene sus dificultades como también tiene sus bondades. Es un país en el cual se puede ser exitoso si de verdad se trabaja con empeño. Pero no es fácil. Los momentos son complejos”, dice Betancourt.
El empresario abandona su casa a las nueve de la mañana junto a su chofer. Le abraza como a un pana (amigo) y le considera de su “equipo”. E incluso le invita a las pachangas que organiza en el campo de fútbol de su finca de caza El Alamín, situada en Toledo y que perteneció al ex líder de la patronal Gerardo Díaz Ferrán.
Betancourt dedica su mañana a mantener varios encuentros con importantes personalidades de este país que le proponen nuevos proyectos.
-¿Por qué invirtió en Hawkers y no en Airbnb?
-Bueno, durante años Airbnb estuvo a tiro para muchos accionistas y perdimos nuestra oportunidad. Ahora era ya tarde. [Hace dos años, una de sus personas de confianza envió a los responsables de la compañía un mail solicitando entrar en ella pero nunca obtuvo respuesta. Ahora su cotización es de 30 billones de euros]. Con Hawkers hicimos un estudio de la compañía y vimos que era una empresa innovadora. Inventó un concepto de un mercado que no estaba siendo usado [la venta de gafas de calidad y diseño a un precio asequible a través de Facebook, Twitter, Instagram y Google]”.
Hawkers había nacido en 2013 en un deprimido polígono industrial de Elche. La crisis del calzado de principios del año 2.000 dejó a 3.000 empresas en bancarrota. Pero una década después, la prosperidad llegó de la mano de cinco veinteañeros que en un local encima de una gasolinera comenzaron a carburar una revolución. En una oficina que no tenía el glamour de los chalés con piscina de Silicon Valley.
Sus fundadores habían experimentado la venta a través de redes sociales con productos como alpargatas o tazas e incluso se convirtieron en los distribuidores de unas gafas que estaban arrasando en Estados Unidos, las Knockaround. Pero tenían hambre y crearon Hawkers con apenas 300 euros para anunciarse en Facebook. En sólo dos años y medio desde la creación de la marca vendieron casi 3 millones de gafas. En 2014 facturaron 15 millones de euros y en 2015 casi 40 millones. El pasado black friday arrasaron en ventas en España y los expertos aseguran que la compañía alcanzará una valoración de mil millones de euros el próximo año. Números que han puesto nerviosos a Ray-Ban.
Los creadores de Hawkers contrataron a famosos como Paula Echevarría, Luis Suárez o Andrés Velencoso, para el product placement, y regalaron sus lentes a otros rostros conocidos como al nieto del rey emérito Felipe Juan Froilán. Se pusieron en contacto incluso con Los Angeles Lakers para intercambiar gafas por entradas y los responsables del equipo NBA los convirtieron en patrocinadores oficiales.
Son las 2 de la tarde y le espera en la marisquería Combarro un joven con polo. Es Félix Ruiz, el treintañero que convenció a Betancourt que liderase la ronda de financiación de Hawkers. El visionario que plantó cara a Facebook con su red social Tuenti para luego venderla por 70 millones de euros. Una eminencia en el universo del emprendimiento. Félix le animó a invertir en su empresa de recursos humanos Job & Talent y Alejandro quedó tan contento que le convirtió en uno de sus asesores. Fue el fundador de Tuenti el que aceleró la operación Hawkers cuando se enteró de que los jóvenes buscaban financiación en EEUU.
Son las cinco de la tarde y Betancourt llega a las oficinas de Job and Talent en el corazón de Madrid. Saluda a cada empleado y se reúne con Paco, uno de los cerebros de Hawkers. Quieren hacer algo “muy grande”. “Y lo vamos a conseguir”, promete Betancourt después de mantener una reunión de una hora en una sala acristalada. Es tiempo de marchar a casa y de trabajar desde su portátil. Allí le esperan su mujer y su hijo de un año. Son su motor. Su inspiración. Su refugio.