Conozca quiénes son, cuántos son y qué va a pasar con los soldados rasos de las FARC
En un campamento guerrillero, bajo un tupida arboleda, los hombres y mujeres de las FARC descansan en sus caletas tras una noche de música y fiesta. Sus armas –sin balas– cuelgan de los palitos que sostienen los plásticos que hacen de paredes y techo, algunos se bañan en el río junto a periodistas y fotógrafos mientras hacen chanzas. Más adelante otro grupo sacrifica una res.
Más arriba, caminado un kilómetro por tierra rojiza rodeada por las verdes pasturas de los Llanos del Yarí, en el sureño departamento colombiano de Caquetá -donde el sol abrasa como fuego y la lluvia empapa como mar- están reunidos bajo una inmensa carpa blanca los más de 200 delegados de la guerrilla más grande y antigua de América Latina.
Asisten a la X y última Conferencia de las FARC, que termina este viernes.
Deciden su futuro y el de estos hombres y mujeres que por voluntad propia o a la fuerza le dieron la espalda a una vida de campesinos pobres (muy pocos hubieran tenido otra opción) y se sumaron a un levantamiento armado que se extendió por 52 años y quitó la vida a más de 220.000 personas.
El acuerdo que el grupo guerrillero alcanzó con el gobierno de Colombia el 24 de agosto pasado garantiza una amplia amnistía para la mayoría de los miembros de las FARC (unos pocos pagarán penas privativas de la libertad y de reparación a las víctimas y otros pocos penas de prisión efectiva).
El acuerdo también abre las puertas a un nuevo futuro para sus líderes, sus cuadros políticos y sus combatientes y milicianos rasos.
Entre estos últimos se encuentra Tatiana, de 36 años, embarazada de su segundo hijo. “La mayor preocupación son los paracos (grupos paramilitares)“.
Es el mismo temor que albergan muchos de sus compañeros.
Una pequeña fracción
Los dirigentes son una pequeña fracción del total de entre 6.000 y 7.500 combatientes y entre 7.000 y 10.000 milicianos que el presidente colombiano Juan Manuel Santos ha dicho que tiene la guerrilla.
Los jefes le dicen a sus filas que tienen que recibir lo acordado con los brazos abiertos. Los rasos dicen que sí, que claro, pero sutiles titubeos en un discurso bien preparado muestran que hay resquicios de dudas no expresadas.
Los jefes, los cuadros, quieren ser políticos: legisladores (el acuerdo le garantiza por dos períodos consecutivos cinco escaños en la cámara de Representantes y cinco en la de Senadores al partido que formarán las FARC), concejales, alcaldes, gobernadores, tal vez alguno presidente.
Kibutz israelí
Mientras tanto, los guerrilleros rasos viven de la promesa de que serán cuidados por la organización en la que se convertirá las FARC, que serán cobijados en cooperativas agrarias(parecidas a kibutz israelíes), con propiedad compartida de tierra y recursos.
Como explica el acuerdo final alcanzado en La Habana: “Con el propósito de promover un proceso de reincorporación económica colectiva, las FARC-EP constituirán una organización de economía social y solidaria”. Se llamará ECOMÚN y tendrá cobertura nacional y secciones territoriales.
La afiliación será voluntaria, pero aparentemente la mayor parte de los guerrilleros quiere seguir ese camino.
Ocurrirá al final de los seis meses que deben permanecer en las zonas de concentración mientras dejan las armas.
Si los rasos eran carne de cañón, ahora corren el riesgo de convertirse en engranajes menores de una maquinaria política y la mano de obra de los proyectos económicos de las FARC como colectivo. ¿Pero cuánto aguantará la obediencia y el amor por la causa cuando se desvanezca la sugestión basada en los fusiles, la disciplina militar y el temor al castigo?
Por ahora, se ven alineados con el proyecto.
“Volver al campo, trabajar con las comunidades”: es el mantra que repiten los guerrilleros rasos cuando se les pregunta qué van a hacer cuando dejen las armas y vuelvan a la vida civil. Esa es la línea de las FARC, esa será la línea del partido que formen.
Aunque no son todos, una parte del Frente Primero se abrió diciendo que no estaba de acuerdo con el proceso de paz ni con el acuerdo.
Existe la sospecha de que algunos miembros que están más cerca de los negocios de la guerrilla, especialmente el vinculado al narcotráfico, prefieran mantenerse al margen de la ley para aprovechar las enormes ganancias que genera una industria que ha crecido en producción en los últimos dos años en Colombia.
“Va a ser diferente”
Sentada en su caleta en el campamento de la conferencia es donde me encuentro a Tatiana, embarazada de seis meses y tres semanas. Será su segundo hijo varón, el otro nació a los dos años de que ingresara en la guerrilla. Hoy es un joven de 17 años y vive con un tío.
Tiene confianza en que las cosas van a cambiar: “Va a ser diferente. Mi otro hijo nació en medio de un conflicto, este me va a nacer con un cambio“.
Es entonces cuando expresa su temor a los paramilitares. “Eso sí es algo preocupante”, me repite.
Ser el blanco de escuadrones de la muerte de extrema derecha es sin duda uno de los principales miedos de las FARC una vez que hayan dejado las armas. Está muy presente todavía el recuerdo de lo que ocurrió luego de 1984, cuando parte de esa guerrilla se sumó a un partido político, la Unión Patriótica, miles de cuyos miembros fueron asesinados.
Otro temor que expresan muchos guerrilleros es el posible rechazo de la sociedad, los prejuicios, las dificultades de conseguir empleo por fuera de lo que ofrezca la organización a la que pertenecen.
En Bogotá un ejecutivo de una gran empresa bebiendo cerveza en un bar que no podía ser más lejano a los chiringuitos que venden productos de sus marcas en la X Conferencia se quedó algo pensativo cuando le pregunté si sería capaz de contratar a exmiembros de las FARC.
Después de un poco de duda dijo que tal vez sí, que al fin y al cabo es gente acostumbrada al trabajo duro y a acatar órdenes.
Sueños y realidades
Camila es un claro ejemplo de mujer nacida en la pobreza que se volvió parte de la maquinaria de la guerra (como los guerrilleros rasos, como la mayoría de los soldados del Ejército de Colombia).
Tiene 30 años. A los 14 ya no vivía con su familia, trabajaba en una casa haciendo de comer. Fue entonces cuando se unió a las FARC.
“Me gustaría ir a España, siempre me ha llamado la atención cómo viven, sus paisajes, el acento de la gente me parece muy chévere”, dice.
No está claro cuán posible será cumplir sueños como este para mujeres como Camila.
Unos metros más allá, Alfredo está sentado junto a su mamá, María, en la cama de su caleta.
Él es uno de sus ocho hijos. Dice que entró a las FARC porque pasaba necesidades, porque no tenía otras oportunidades.
Alfredo y María se reencontraron hace unos dos años, tras pasar casi 12 sin verse, sin saber uno del otro.
¿Qué espera hoy María de su hijo?
“Que él tenga salud para que trabaje, porque yo no trabajo. Me toca esperar que mis hijos me socorran”.
“Que se vaya a vivir al campo, que pueda trabajar en una finca y tener animales como antes teníamos, cuando él se fue. Ahí teníamos gallinitas, poquitas, pero teníamos”.
Así que, volver al campo. ¿Pero en qué condiciones esta vez?
En principio, dependerá de cómo se implementen los acuerdos de La Habana, siempre y cuando los colombianos los aprueben en el plebiscito que tendrá lugar el próximo 2 de octubre.