Rutas de libertad; por María Corina Machado
Por: María Corina Machado
Monagas es de esos estados en los cuales parte el alma ver el contraste entre la riqueza debajo de la tierra y una creciente pobreza en la superficie. Es una de las entidades más golpeadas del país, una zona donde los efectos nefastos de las políticas del régimen y la corrupción se sienten con mayor fuerza. Y sin embargo, lejos de haber desaliento, lo que se vive es una fuerza imparable por parte de su gente.
Arrancamos en Aragua de Maturín, donde sentí cómo se construye la genuina unidad. Una que incluye, sí, todas las banderas de todos los colores de los distintos partidos, pero en la cual una sociedad civil que se ha ido creando y fortaleciendo en estos años de lucha, se expresa y se hace respetar, se valora y se escucha. Comerciantes organizados, estudiantes, amas de casas, todos en una manifestación que transmite la convicción de que en nuestra diversidad, y en el respeto a ella, la unidad es más fuerte.
Luego estuvimos en Tropical, un pueblo rural del municipio Punceres, en el cual el abandono y la desolación de sus ciudadanos nuevamente contrastó con la claridad de la tarea que tenemos que asumir. Yo no tuve que plantear la inconveniencia de que el referendo revocatorio sea en 2017, tan pronto puse mi primer pie en esas calles de tierra, me brincaron encima las mujeres a decirme que ellas no aceptarían que esta angustia se prolongara, que el compromiso es traer alimentos a sus casas, detener la humillación que brota en lágrimas de indignación y frustración, y que todas las madres estamos claras que eso pasa por la salida de Maduro y de su régimen ya.
En Maturín, reunidos en la plaza, frente a la alcaldía, con un alcalde ausente y perseguido, empleados y vecinos elevamos con firmeza nuestras voces, desde todos los sectores y desde todas las organizaciones, en contra de la represión que se ha desatado en estas horas. En ese acto, como era de esperarse, la inevitable cara represiva y criminal del régimen se hizo presente en la forma de motorizados armados, con las caras tapadas, quienes rodearon la concentración, provocando y azuzando la confrontación. Quizás en otro momento, frente a grupos armados que han demostrado no tener límite en la agresión, hubiésemos visto una justificada desarticulación de la protesta. Sin embargo, justo en el momento en el que yo estaba hablando, pude ver como la actitud fue la contraria: bajó más gente de los edificios, de las oficinas y de los comercios, yo vi a personas cerrar sus santamarías y bajar hacia donde estábamos, a decirle a los violentos: ¡Ya basta! ¡Ya no más!
Y nos quedamos allí y yo les seguí hablando sobre la absoluta falsedad del dilema que nos han planteado según el cual o somos violentos o somos inofensivos. Hay que ser eficaces, y eso implica desafiar, no caer en la provocación violenta, pero tampoco dar un paso atrás
También en Maturín tuve el honor de ser una de las madrinas del libro “La libertad nació con ruido de cadenas”, del profesor Juan Guzmán Páez. Fue un encuentro profundamente inspirador de quien ha relatado extensivamente las luchas de la sociedad venezolana por su libertad. El libro lo presentamos en el contexto de un evento de profesores de la UDO y la UPEL, quienes saben mejor que nadie lo que significa el totalitarismo que pretende la ideologización de niños y que han encontrado en ellos la principal barrera para eso. Por eso, en ese momento, gracias a la generosidad y el cariño del profesor Guzmán junto a los profesores, me sentí orgullosa de Venezuela.
¿Y al final, qué decir de Caripito? Llegamos un poco tarde y había caído un palo de agua, nos cortaron la luz y nos mandaron a grupos motorizados armados, para amedrentarnos y obligarnos a bajar la tarima. Pero pasó lo mismo que en Maturín. Ya este tipo de cosas no nos desanima ni dispersa, todo lo contrario, nos aglutina y fortalece. Fue emocionante escuchar a los líderes locales, poetas, cantantes. Y en medio de mi intervención, ser interrumpida por un grupo de jóvenes gritando: “libertad, libertad, libertad”.
En Caripito encontré el espíritu de Villa Rosa que ya se ha convertido en algo nacional: la gente, sin violencia, pero con firmeza y determinación, detiene los abusos, se hace respetar y retoma los derechos que les ha arrebatado. Y así será pronto: Venezuela se convertirá en una gran Villa Rosa, donde todos haremos que el tirano huya.
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