Luis Vicente León: “Ayer fui al cine”

Luis Vicente León|Imagen de Prodavinci

Luis Vicente León|Imagen de Prodavinci

A través de un articulo Luis Vicente León presidente de Datanálisis, vivió en carne propia la cruda realidad que vive Venezuela, tras ir al cine a compartir con su familia.

En la nota refleja el abismo en el que está cayendo el país con su falta de agua, luz, alimentos y seguridad: “Nos estamos acostumbrando, y no me quiero acostumbrar”, reseñó Sumarium.

No tengo mucho tiempo para ir al cine. Como sustituto vemos películas en casa y, ante mi negativa a ver quemaditos, la alternativa era bajarlas de Internet. Pero no estoy conjugando el verbo “era”, así en pasado, por casualidad. Ya hace semanas que descargarlas es un proeza. Intentamos verRoom y no logramos llegar ni siquiera a cuando el chamito se escapa. Intentamos con El Marcianoy no vimos despegar ni el primer cohete. Ni hablar de El Renacido donde no salió ni la osa. Siempre se quedaban pegadas. Luego de varios intentos fallidos y técnicos, que van y vienen, logré entender el problema cuando oí a mi socio referirse una frase de Ángel Méndez, experto en ese tema: “El rancho de banda no da”, nota publicada por Prodavinci.

Decidí no darme por vencido e invité a mis hijos, a mi sobrino y su novia al cine. Me sentía como Félix, nuestro perro, cuando le tiras un hueso de verdad. Pero la emoción duró poco. Salimos de casa y la ciudad estaba oscura y sola. Me invadió el sentimiento de paranoia colectiva que domina al país. No era un trayecto mayor a diez minutos, pero fueron los más largos de mi vida. Si me hubiera agarrado un policía terminaba encanado: a mil por hora y sin pararme en ningún semáforo en rojo, logramos entrar al centro comercial.

El Cine parecía una boca de lobo. Sólo había luces de emergencia en el estacionamiento, aunque funcionaba uno de los cuatro ascensores. Quizás el tema de que sean transparentes era bueno cuando el país funcionaba y en ese pequeño trayecto podías ver el “movimiento” a tus pies. Pero ahora también ves al país desde el ascensor: parado, oscuro, roído. Fuimos directo a la taquilla, pero no había nadie atendiendo. Algún tema de la ley laboral, pensé yo. Fuimos entonces a hacer una cola larga frente a la única maquina dispensadora que funcionaba (nos dijeron que las otras están dañadas porque no hay repuestos). Nos separamos para aprovechar el tiempo y uno de los morochos y yo nos quedamos en la cola de los tickets mientras los demás iban a la de la caramelería. Cuando íbamos por la mitad, el moro me dice calladito: “Papá, esto va a explotar”. Pensé que se refería al país, pues no hay lugar donde no te digan lo mismo, pero no era un tema político: el pobre se refería a otra materia.

Estaba saliendo de un rotavirus y pensábamos que sus problemas estomacales estaban resueltos. Pero no. Nos fuimos corriendo al baño sin poder avisar. No les puedo relatar el olor del lugar. Es indescriptible. Al ver mi cara, el señor de mantenimiento espetó: “No hay agua”. Le dije a mi chamo automático: “Vámonos a casa y resuelves allá”.  Era tarde, el pobre necesitaba el  baño urgente. Pregunté si habría otro y el tipo me miró con cara de: “¿Tú eres imbécil o qué?”.  Batí las puerticas tratando de conseguir la mejor alternativa, pero me encontré con la máxima expresión de la igualdad: todo igual de sucio. No voy a graficar nada para no entrar en detalles escatológicos, pero cuando la pesadilla tenía que terminar, no había papel tualé en todo el lugar. “¡Qué sorpresa!”, pensé.

Sacrifiqué mi sueter y vámonos. Yo enfermo de primitivismo y el sute como si nada. Resuelto su problema, quería ver su película. De nuevo a la cola, desde atrás. Empiezo el proceso de compra y me salió en la maquinita una cuota especial. Pregunté por qué: “Es por los servicios de agua y luz”. Otro se transforma en Hulk ahí, sin anestesia, pero yo sé que es verdad que las empresas de cine están pagando sobrecuotas: autogeneración y cisternas de agua… cuando hay. Me reí para no llorar. Cuando me encontré con el otro grupo me contaron que no había agua mineral ni refrescos… y las cotufas sin sal.

Hice lo mismo que el país: pagué, vi y me fui. Y al salir comentamos: “¡Buenísima, Divergent! Pero Chicago destruida parece Caracas un día de fiesta”.

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